jueves, 25 de septiembre de 2008

Ellos, vosotros, yo y la especie humana en general.

Se empeñan en disfrazarse con falsos vestidos de satén y trajes de chaqueta. Se jactan de su falsedad y, como muchos de vosotros, me dejo impresionar. Sonríen cuando lloran y cuando no lloran, también. Fingen tanto que aparentan fingir. Se han convertido en hordas insensibles que buscan a cualquiera que esté dispuesto a perder su identidad. Es una epidemia que persiste desde tiempos inmemoriales y a la que nos hemos acostumbrado. Nadie se extraña si responden con convencionalismos que ellos mismos se han impuesto. Lo extraño sería contestar con una frase espontánea. No hay religión que valga cuando se puede tener fe en la hipocresía. También carecen de valores, sólo creen en lo que todo el mundo cree. Ahora vienen hacía mí, no necesitan argumentos para convencerme, su indiscutible retórica me atrapa y yo también me disfrazo. Ha resultado fácil, la cobardía se comporta como un acto reflejo. Nadie me ve ni yo veo a nadie, solamente vestidos de satén y trajes de chaqueta.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Rutina

Se levantaba, como siempre, a las 7:01, creyendo que ese minuto de más le borraría las ojeras y apaciguaría su cansancio. Todas las mañanas al despertarse se estiraba en el lecho, tensando el cuerpo de una forma casi imposible, como si quisiera despegar los huesos de la piel. Después se vestía, se lavaba el rostro y se miraba en el espejo, pero su aspecto seguía siendo el mismo. Tragaba sin pensar, un café caliente bien cargado y pensaba que así sus ojos estarían más abiertos y su actitud en el trabajo sería más receptiva. Cogía el metro, analizaba el mismo olor a sudor frío de todos los días en el ambiente reseco y áspero de ese tipo de conglomeraciones humanas. En el trabajo su jefe le gritaba un fingido ‘’Buenos días’’, se quejaba de su último informe y le exigía el siguiente lo antes posible. Desde la ventana del despacho podía contemplar las piernas que dejaba entrever la falda negra de la mujer que nunca le amaría. Al mediodía en su descanso de 40 minutos pedía lo menos vomitivo que ofreciera el menú del restaurante y la mayoría de las veces, con el estómago vacío, volvía a su rutina. Casi entrada la noche, tras prolongar su calvario haciendo horas extras a petición de su superior regresaba a casa. Se sienta en el sofá del salón y observa como las horas pasan, transformándose en lo mismo que fueron el día anterior. Todo giraba en torno a una órbita circular que terminaba y empezaba en un mismo punto. Maldita monotonía, ahora no está para elucubraciones. Se encuentra exhausto y aunque le rugan los intestinos, sólo tiene ganas de acurrucarse entre las sábanas y esperar a que vuelva a sonar el despertador a la mañana siguiente.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Lapso

El tiempo pasa ladino y silencioso. No espera a pasos lentos ni alcanza zancadas largas, simplemente se escurre cadenciosamente. A veces lo sientes frenético y otras demasiado sereno. Lo pierdes y lo encuentras, como a un juguete olvidado. El tiempo nos aleja y en la distancia, nos une aunque nosotros no lo sepamos y por eso maldecimos las horas y los kilómetros que nos separan. Asusta cuando las manecillas del reloj no se detienen pero sería más terrible si cesaran su ritmo. Miras atrás y apenas ves nada. Intentas espiarnos por entre los resquicios de una ventana, desde el cristal de hoy con vistas hacia el mañana pero ahora todo está borroso y te da miedo. El tiempo nos moja con una regadera y crecemos, unos echan flores, otros sólo hojas secas. Tú te haces cada vez más grande, se alargan tus raíces y el tallo se te vuelve más rígido, más maduro. Paradójicamente a mí me da vértigo, temo que un día crezcas tanto que ni siquiera puedas agacharte para mirarme. Aunque después de todo, creo que lo más aterrador es despojarse de ese miedo, miedo a perder el miedo y avanzar.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Inconsciencia



Hoy tu sombra se mezcla con la mía. Me coges de la mano y vas derritiendo las yemas de mis dedos. Me pintas una sonrisa sin quererlo. Repasas con la mirada el reflejo de mi contorno en negativo. Yo sigo con los ojos cerrados, no me atrevo a abrirlos por si despierto de repente. No puedo ver como te ríes de mí en silencio, pero te imagino curvando las comisuras de los labios y entornando los ojos burlonamente. No me doy cuenta de que estás temblando, porque yo hago lo mismo. Siento un cosquilleo que empieza en la planta de mis pies y repta hasta mis párpados, haciendo presión en ellos para que permanezcan pegados. Sueño que esto es un sueño y me despierto soñando de nuevo, contigo agarrado a mi cintura. Las luces cambiantes mueven el reflejo de nuestras siluetas. Las calles se tiñen de negro pero nosotros no lo sabemos. No sabemos nada, salvo que hoy tu sombra se mezcla con la mía. I

lunes, 1 de septiembre de 2008

Bloqueo literario

Me dispuse frente al ordenador, mirándole desafiante y empecé a escribir. Las yemas de mis dedos se deslizaban sobre las teclas a un ritmo frenético. No me importaba si lo que decía tenía sentido o no, las letras se organizaban solas. Estaba poseída por el click que sonaba al presionar cada carácter sobre el teclado. Pasaban las horas como si fuesen minutos, los días se condensaban en horas y las semanas en días. Vivía escribiendo y escribía que vivía. Todo era intenso en mi novela, los acontecimientos se sucedían velando un final hipnótico. No sólo era la escritora, sino también la más ferviente lectora. A menudo me sorprendía a mi misma inquieta y ansiosa por averiguar qué narraría el próximo capítulo. Cada día era más fascinante que el anterior. No comía ni dormía, los personajes de mi historia ya lo hacían por mí. Me alimentaba de páginas recién escritas, la palabra era el principal y único aporte calórico de mi dieta prosaica. Pero de repente, una tarde llegué hasta la presentación del personaje que se suponía yo interpretaba. Me bloqueé, no tenía ni la más remota idea de cómo seguir. Paré de escribir y mi novela terminó con un puñado de páginas en blanco que todavía hoy siguen siendo un misterio para mí.