lunes, 23 de noviembre de 2009

Carencia de abundancia

Me falta algo. No es que me lo haya dejado olvidado. Me acuerdo perfectamente, ¿cómo no me voy a acordar si llevo dándole vueltas durante todo el día? Me falta algo y no puedo irme a dormir si no lo encuentro. Es una especie de recado, no una obligación, más bien, una tarea pendiente que me mantendrá en vela hasta que la lleve a cabo. Lo siento, no quiero molestarte, pero no se me ocurre otra cosa para combatir el insomnio. Además, esto no va dirigido a ti, es un grito de socorro para Morfeo. Me falta algo, y lo peor, sé lo que es. Y aún consciente de ello, no puedo. Me siento incapaz de caminar cuando se trata de esa dirección. Entonces me escondo, en una burbuja de la que paso a formar parte cada vez que huyo. Luego, una vez burbuja, yo misma voy absorbiéndome poco a poco. Intento beberme toda el agua que ahora constituyo, porque, a pesar de todo, no quiero ahogarme. Quizá resulte paradójico, me convierto en burbuja esperando que me exploten, porque esas paredes de gas oprimen más que una camisa de fuerza. A lo mejor sólo lo hago para matar el tiempo hasta que ese algo que ahora me falta me sobre. ¿A ti no te pasa? Seguro que sí. Llámame farsante. Considérame un fraude si no es verdad que tú tampoco puedes pegar ojo.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Dos cucharadas soperas de nostalgia

Relato para Villayna, cada viernes en Canal 13 (100.7 FM Valencia) de 19:00 a 20:00




Hoy es uno de esos días en los que podría ahogarme en un vaso de agua, o en un vaso vacío simplemente.

Hoy creo que ni siquiera necesitaría el vaso, me ahogaría con mi propia respiración, viciada, sofocante, enrarecida con el humo de la memoria, que echa chispas intentando provocar un cortocircuito entre el olvido y el recuerdo. Puede que nunca te lo hayan dicho, para que tu sistema retentivo siga trabajando como si nada y no lo presiones implorando nostalgia en cualquier mirada esquiva. Pero yo ahora sí que te lo digo, porque hoy más que nunca echo de menos, echo de menos sin un objeto directo concreto. Echo de menos no estar allí, y allí, echo de menos no estar aquí. Incluso hay veces en las que echo de menos no echar de menos y me inyecto imágenes lejanas a modo de sedante. A medida que avance el tiempo y que las experiencias se acumulen en un cajón de tu habitación te irás dando cuenta de lo que trato de explicarte. Quizá ya hayas elegido un lugar remoto, una boca inconforme o un día de otoño que añorar. Tal vez lo estés evocando ahora mismo. Aún así, no alcanzarás a comprenderlo hasta que justo después de coger un tren sientas que acabas de perder otro. Hoy es uno de esos días en los que me acuerdo de que a lo mejor desearía tener amnesia, pero sin embargo, acabo prefiriendo ahogarme sin vaso y sin agua. Sírvame un plato de melancolía, por favor, con eso me basta.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Vicios

Les invito a que se paseen por Villayna, todos los viernes de 19:00 a 20:00 en directo desde Canal 13 (100.7 FM Valencia) o a través de Internet. Les dejo mi colaboración de esta semana. Pueden escuchar más en la página del programa o en el blog de Javi Rumí
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¿Se puede ser adicto a una droga que nunca has probado? La respuesta es sí. Seguramente soy el mejor ejemplo para explicar esta teoría, ya que me convertí en una fumadora empedernida mucho antes de mi primera calada. Vengo de una familia de no fumadores. Lo lógico hubiese sido que yo, siguiendo la tradición, me hubiese alejado del humo. Pero no, ocurrió todo lo contrario, ya de pequeña sentía que los cigarrillos me llamaban, invocando mi nombre cada vez que eran encendidos. Recuerdo que con cinco años mi madre me llevaba a un parque cerca de casa. Íbamos siempre a la misma hora, y siempre estaban allí los mismos niños que la última vez, salvando a algún despistado que se hubiese saltado los turnos de entrada y salida que tácitamente se habían pactado en aquel parque. El caso es que solía jugar al escondite con estos niños todas las tardes de seis y media a ocho, y yo ya tenía un rincón habitual en el que ocultarme: detrás de un abuelito que se sentaba en el banco más alejado de los columpios y que cada tarde se fumaba lentamente un habano mientras yo dejaba que el humo se propagara por mis pulmones, sintiéndome purificada cada vez que inhalaba.

Seguí beneficiándome del humo ajeno hasta que un día, a los trece, me ofrecieron un cigarrillo. Me gustó demasiado, y, como todo esto socialmente está mal visto, traté de disimular la satisfacción que éste me proporcionaba. Aunque no por ello dejé de fumar, robaba pitillos a diestro y siniestro y me los fumaba sola, porque manteniendo aquel placer en secreto atenuaba la culpa que experimentaba cada vez que me llevaba a la boca un cigarrillo.

El tiempo pasó y yo continué con mi ritual, dándole de vez en cuando a aquel vicio clandestinamente. Pero, a pesar de todo, me negaba a reconocer que estaba enganchada, porque nunca en todos esos años había pagado por aquel tabaco. Siempre conseguía apañármelas para robárselo o gorronearle a alguien. El momento decisivo llegó cuando un día se me acabó cualquier alijo que pudiese tener y me entraron unas ansias irrefrenables de fumar. No pude evitarlo, de repente perdí el control de mi cuerpo y mis piernas empezaron a caminar en dirección al estanco más cercano. Como un autómata compré un paquete. Lo abrí antes de llegar a casa y encendí el cigarrillo con una carga de conciencia enorme. Succioné contrita y cada calada me sabía más amarga que la anterior, ya que las había pagado y, tenía todos los puntos para convertirme oficialmente en una adicta, o quién sabe, quizá en algo peor. Aunque no me hagan mucho caso, todo esto son cavilaciones mías, porque tampoco he pagado por ninguno de sus besos, y aún así, ingresé en un centro de desintoxicación mucho antes de que me diera el primero.

Advertencia

Lo siento, no pretendo que me lean, pero sí. No quiero descubrir que me han descubierto, en todo caso descúbranme sin que yo me entere. Miéntanme de la misma manera que yo les miento a ustedes en cada sílaba. Me he dejado esto olvidado, he tirado sin darme cuenta unas cuantas palabras mal escritas. Mala suerte si se las han encontrado, y peor aún si han seguido leyendo después de terminar la primera frase. Les advertí que no lo hicieran. Aparten la vista cuanto antes. Quizá ahora ya es demasiado tarde, quieren saber cómo demonios termina este soliloquio. No van a quedarse con la intriga, porque esa incertidumbre les quitaría el sueño. Venga, ya queda poco, sáltesen los artículos, las conjunciones y alguna que otra preposición para que se queden con la idea básica. Pero, ¿qué idea básica? Esto no tiene ni pies ni cabeza, y tampoco se creó con una finalidad concreta, no hay moraleja. Simplemente no me lean. Debí haber dado este consejo al principio para que se ahorrasen todo lo anterior. Esperen, lo hice. Me han desoído y estas son las consecuencias. ¿Cómo se sienten? ¿Estúpidos? Sí, conozco esa sensación, es la misma que les vengo definiendo desde que fingía no querer ser leída.