miércoles, 20 de febrero de 2013

La locura



Creo que estoy embarazada.
A veces me pongo a llorar porque estoy loca.
No es que llore y la causa de mi llanto sea la locura,
sino que lloro porque me doy cuenta de que estoy loca y eso me duele.

Creo que no estoy embarazada.
A veces me pongo a llorar porque estoy embarazada.
Lloro porque noto que alguien dentro de mí me come
y yo dejo que me traguen.

Se lo traga todo menos las lágrimas.
Se lo traga todo menos…

¿Eres idiota? ¿Por qué escribes así? ¿Por qué dejas tantos espacios? ¿Te crees poeta? Menos mal que te he parado antes de que lo terminaras. Por favor, no vuelvas a hacerlo, no vuelvas a hacer poesía. No hay nada más ridículo que los falsos poetas.

Oye, déjame, eso no es una poesía. Es prosa vestida de poesía.

Tú misma lo has dicho, «vestida de poesía», lleva un disfraz, se intenta hacer pasar por lo que no es. Admites abiertamente la impostura. No eres más que una impostora.

Yo por lo menos reconozco el disfraz. Tú no eres capaz de asimilar que también te disfrazas. Descargas la culpa sobre mí y te cargas de razón, que no es razón, sino disfraz. El disfraz que oculta...

 la locura.

martes, 12 de febrero de 2013

Lo siniestro

Había sacado el libro de la biblioteca y descubrí con pavor que habían desaparecido cuatro páginas, de la 67 a la 70. Dudé varios segundos si seguir la lectura como si nada, empezar la página 71 a pesar de que me faltaban no solo unos cuantos párrafos, sino también la mitad de la palabra con la que se abría la página 71. Si lo hacía debía imaginar qué sílabas había perdido ese sustantivo que acababa en «tidad», «tidad de orientación descendente», así continuaba. Después de una reflexión que me llevó más tiempo del esperado, decidí avanzar hasta el siguiente capítulo y más tarde hacerme con otro ejemplar de la biblioteca para poder llevar a cabo una lectura lineal del capítulo herido. Mi sorpresa se intensificó al comprobar que no se trataba de una herida aislada, sino que la fisura era la norma, pues en la página 86, donde debía encontrarse el principio del siguiente capítulo, también había tenido lugar otra amputación. De la 85 a la 89 no había nada, un vacío, pero un vacío que una vez estuvo lleno. Me gustaría saber quién arrancó esas páginas y por qué. Resulta algo siniestro, sobre todo en un libro que versa sobre eso, sobre aquello que aun debiendo permanecer oculto se revela. ¿Habrá querido el autor de ese hurto, insignificante en apariencia, evitar que el menor número posible de lectores descubra aquello que se ha desvelado aunque tenía que permanecer velado? Tal vez lo más siniestro de todo sea explicar el mecanismo de lo siniestro, o tal vez sea intentar volver atrás, tratar de echar de nuevo el velo a lo que se desveló aun debiendo permanecer oculto. Lo cierto es que cuando al claudicar en la lectura solté el libro sin rabia ni fuerza -más bien se dejó caer de mis manos-, sentí que me desprendía de algo muy valioso, como si me cercenaran un apéndice, como si fuese un libro sin hojas.

viernes, 1 de febrero de 2013

People are strange

Decidieron comprar un colchón a medias. Era lo más práctico, él dormía en un catre de metro ochenta y ella no dormía mucho, pero tenía un sofá que hacía las veces de cama. Era un colchón enorme, parecía más ancho que la propia habitación que ocupaba. No sé cómo pudieron meterlo en aquella estancia, lo único que se me ocurre es que habían levantado las paredes en función del colchón, pues lo cierto es que allí todo parecía girar en torno a ese saco de muelles.  Aquello surgió de una decisión consensuada, un acuerdo mutuo, ambos querían tener un colchón donde caerse muertos. Ninguno de ellos contaba con que el colchón, en lugar de amortiguar la caída, podía precipitarla. Las dimensiones ciclópeas acarreaban consecuencias también ciclópeas, monstruosas. Era muy fácil rebotar en los muelles del colchón y tocar el techo, incluso propulsarte con una fuerza suficiente como para reventar el techo y atragantarte con un asteroide. Era muy fácil que en uno de esos brincos el colchón te empujase hacia la ventana y caer muerto en el asfalto. Empleo un predicativo porque durante la caída ya no respiras, lo que te ha matado ha sido precisamente ese saco de muelles que se ha tragado la habitación, tu casa y tu propia vida.