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Querida Prudence;
Te escribo mientras escucho de fondo, como los escarabajos afinan sus patitas.
Miro a todos los que están solos y me doy que cuenta de que ayer todos mis problemas parecían tan lejanos. Ahora el mundo se me antoja demasiado grande y siempre acabo perdiéndome en el largo y sinuoso camino que conduce hasta tu casa. Avanzo con paso trémulo y luego retrocedo resuelto, decidido a olvidarte. Pero se me ha olvidado acordarme de cómo se olvida. Lo único que se me ocurre es retorcerme y gritar, casi susurrando para que no puedas oírme. Tú eres la causa, yo, la consecuencia. Te observo a través de los resquicios de un cristal roto pensando que debería haberlo sabido mejor antes de enamorarme. Hay lugares que recordaré toda mi vida, como la colina donde nos besamos por primera vez. El lugar no ha cambiado pero tú sí. Ahora vuelvo allí solo a repasar los momentos que ya no sucederán y por eso me llaman el loco de la colina. Quererte resulta extenuante pero no puedo evitarlo, conocerte es amarte. Supongo que debo acostumbrarme y mientras mi guitarra llora dulcemente compondré canciones para no escuchar más tu voz. Sin embargo me niego, me encanta imaginarnos juntos y arrugados, cuando tengamos 64 años. ¿Quieres saber un secreto? ¿Prometes no decirlo? Cuando te miro es como si volviésemos a enamorarnos, como si empezásemos de nuevo. No es algo descabellado, solamente quiero cogerte de la mano, acariciarla y deslizando las yemas de mis dedos escribirte que todo lo que necesitas es amor.
Con cariño, de mí para ti.