sábado, 4 de abril de 2015

Una novela portuguesa

Le llegó un encargo de traducción al castellano de una novela portuguesa. Al recibir el libro, el traductor quedó perplejo, pues ya en la primera página se topó con un texto en una lengua que él no dominaba: el neerlandés. Volvió a leer las condiciones del encargo. Se trataba, en efecto, de una novela en portugués. Consultó entonces el libro de estilo de la editorial y según las normas, las citas que en el original apareciesen en un idioma distinto, no se traducirían en la versión castellana. Consideró, pues, que aquellos primeros párrafos eran una cita en neerlandés, pero pasaba las páginas y no había rastro alguno de gramática románica. El traductor se limitó a teclear letra por letra el relato en neerlandés. Acabó el trabajo más rápido que nunca. La edición castellana solo difería de la portuguesa en la portada. El libro se editó después en más de dieciséis países. Nadie lo entendía y por eso todos lo comentaban. Nadie lo entendía y por eso todos los críticos, estudiantes de literatura, e incluso muchas amas de casa buscaban cualquier altibajo en una conversación para opinar sobre él. Nadie lo entendía y por eso todos lo compraban. Mientras tanto, en los Países Bajos, el libro cayó en el olvido, entre todos los periódicos y revistas literarias nacionales las escasas reseñas no alcanzaban para llenar más de dos folios.