miércoles, 22 de mayo de 2013

Discurso de una paciente recogido por Myra Klieg

Un día, a una hora imprecisa, en la planta que albergaba a los pacientes que, según los psiquiatras, sufrían algún tipo de trastorno mental, Myra Klieg conoció a una mujer que le leyó algo que había recogido por hablado, no por escrito, pues la enfermedad de esta mujer se caracterizaba por la agrafía, entre una lista inabarcable de síntomas. A continuación les ofrecemos la transcripción de ese discurso.

Lo más flaco que tengo es el rostro, se intuye tan demacrado que apenas se ve. Se supone que las facciones constituyen nuestras señas de identidad, pero yo apenas tengo cara. Yo carezco de identidad, por eso las robo. Soy casi la protagonista de una película de Georges Franju, y aún menos que eso, pues la única película en la que aparezco es la que yo misma ruedo, condenada a girar una y otra vez en el mismo rollo de celuloide, que ni siquiera puede arder. Es inflamable, pero no prende, del mismo modo que yo tengo un cuerpo y un semblante, pero solo soy corpórea, o más bien sobre todo soy corpórea y solo soy desemblante; porque esa diferencia, lo que caracteriza mi rostro, que no es más que la ausencia de rasgos, apenas pesa, por lo menos, no tanto como el cuerpo, y la diferencia, la de mi no-rostro y la que hay entre este y mi sí-cuerpo –hay que enfatizar su presencia, su corporeidad,  es un sicuerpo–  se antoja abismal. Mi sicuerpo está tan lejos de mi no-rostro, como mi no-rostro de los demás, que constituyen un organismo, completo y unificado, no han sufrido el desgarro, no entienden de fallas producidas en el cuello. Los demás creen que no existe decapitación sin guillotina, sin sablazo, pero hay un degüello, el más cruel de todos, en el que quien lo padece conserva la cabeza sobre los hombros, aunque esos hombros formen parte de un sicuerpo ensamblado al desprendimiento de un no-rostro.

lunes, 13 de mayo de 2013

La latencia

Entren de puntillas, pasen y vean, jornada de puertas cerradas en este museo público de la clandestinidad. No es tanto una cuestión de pudor, lo que ocurre es que no entiendo cómo hay quienes pueden vivir sin misterio. Lo que me asusta no es solo la falta del misterio propio. Me aterrorizan aún más las consecuencias que acarrea optar por una existencia tan explícita, pues supone el rechazo o la indiferencia hacia el misterio ajeno. No entiendo cómo tantos se interesan por lo desvelado y tan pocos por lo velado. El que ostenta busca lo ostensible y rechaza cualquier manifestación latente. La latencia no deja de manifestarse, es mi estado natural, vivo con una enfermedad cuyos síntomas permanecen ocultos para la mayoría, sobre todo para mí, o más bien, se muestran ocultos. No sé cuáles son, tampoco me importa. No quiero un diagnóstico, tampoco estar enferma. Prefiero estar latente y asomarme a la latencia de otros, aunque sea tan difícil encontrarla en un mundo de enfermos ex profeso, enfermos de profesión. Yo no ejerzo de enferma, gozo de una salud patógena.