domingo, 29 de agosto de 2010

Mirar fijamente

Mi pasatiempo favorito es mirar fijamente. Lo apasionante de esta afición no depende del objeto o persona al que observo, sino de la intensidad con la que lo haga. Mirar fijamente requiere una concentración absoluta, tu ángulo de visión se reduce para centrarte en un punto concreto. Decir que has estado escrutando ojos y manos constituye un atentado contra el sagrado arte de la abstracción. Si miras fijamente no existen los árboles, los niños ni las nubes, solamente líneas y formas. He mirado fijamente desde que yo recuerde. La primera imagen que retuve en mi memoria fue la de las manos arrugadas de mi abuela haciéndome carantoñas. Unos dedos llenos de manchas y surcos profundos se agitaban frente a mí. El globo ocular parecía salírseme de su órbita, mis pupilas se dilataron de manera que mis ojos emulaban dos inmensos agujeros negros. Al principio mi familia se asustó.

—Mira a la niña, parece que te vaya a tragar con la mirada— dijo mi abuela.

Mi madre pegó un brinco y emitió un sonido extraño. Luego llegó mi padre, él no dijo nada, simplemente se unió a aquella perplejidad colectiva. El dramatismo de la escena me intrigaba cada vez más, por lo que poco a poco mi mirada se fue volviendo de una profundidad abismal. Era un círculo vicioso, aquello agravaba el estado de estupefacción en el que mis padres y mi abuela se hallaban sumidos y al mismo tiempo alimentaba mis ansias de mirar.