miércoles, 29 de septiembre de 2010

Mi padre carece de habilidades motrices básicas

Cuando se disponía a atravesar las compuertas de salida en el metro algo falló, bien en las compuertas, bien en él, pues se cerraron antes de tiempo y lo partieron en dos. Los médicos, que nunca se habían enfrentado a un caso así, no lograron recomponerlo y el hombre tuvo que aprender a vivir separado en dos mitades. Toda su vida había sido diestro y apenas sabía manejarse con los apéndices izquierdos. La parte izquierda se encontraba en clara desventaja con la derecha. Hicieron un trato, el lado derecho se encargaría de cocinar y hacer las tareas de la casa mientras el izquierdo se cultivaba: leía, iba al cine, frecuentaba museos, escuchaba música clásica. Lo pactaron de esta manera porque confiaban en que en algún momento acabarían volviendo a constituir un único individuo y consideraron que era la mejor forma de continuar su formación. Pasaron los meses y un buen día un iluminado afirmó haber encontrado la solución. Los llevaron a un laboratorio y procedieron con la reunificación de las dos mitades. Los resultados fueron, a simple vista, altamente satisfactorios para ambas partes. Pero al cabo de unos días, la convivencia como un solo individuo se hizo insostenible. Después de haber vivido tanto tiempo partido en dos, ahora se sentía agobiado por partida doble. A la parte izquierda le hastiaba el espíritu controlador y ordenado de la parte derecha y a la derecha le abrumaban las conversaciones sobre arte moderno que a la izquierda le daba por empezar cuando se iban a dormir. Una noche, cuando el lado izquierdo hacía apología de Antoni Tàpies tuvieron una terrible discusión que se transformó en gritos y acabó en pelea. Se propinaron tales golpes que las mitades se desprendieron la una de la otra. Una vez separadas de nuevo, se abrazaron y no volvieron a verse nunca más. Ahora residen en apartamentos diferentes y llevan vidas simétricamente opuestas.