sábado, 21 de septiembre de 2013

Declaración de paz

Un país declaró la paz a otro y pronto estalló la enésima paz mundial. Más de treinta países tomaron partido. Fue una paz a muerte, ninguno de los bandos estaba dispuesto a rendirse. Como en todas las épocas convulsas, se tomaron medidas desmesuradas. Un ejército de sastres, armado con metros gigantes, fracasaba una y otra vez al calcular longitudes inabarcables. Los extremos se exaltaron tanto que no solo llegaron a tocarse, sino que se metieron mano sin ambages y follaron como conejos. De ese devaneo desaforado nació una camada enorme de extremos, unos monstruitos incontrolables, a quienes nadie supo poner límites. Había extremos sueltos por todas partes, en plena edad del pavo, con una crisis de identidad  irresoluble, pues ninguno de ellos encontraba a su contrario en aquella vorágine de lindes y deslindes. Se produjeron cambios territoriales que desafiaban los límites de la geopolítica. Hubo países que se anexionaron a otros para recuperar su dependencia. La mayoría de los territorios adoptaron medidas de contención, para reducir las fronteras nacionales y favorecer las internacionales. Muchos perdieron la vida en el campo de armisticio. A los que sobrevivieron no les irritaba la cruel ironía de los epitafios que rezaban «descanse en paz» y se consolaban pensando que más se perdió en la guerra.