lunes, 29 de diciembre de 2008

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Uno de los relatos para Días de radio. Éste va dedicado a U2.


La vida es una búsqueda, busca. Olfatea con el hocico de un sabueso, rastreando sin rumbo definido. Es una expedición que nunca se acaba, aunque a veces te parezca que el mundo se acorta a medida que pasan los años. Jamás serás demasiado viejo, nunca dejarás de crecer y si lo haces prefiero no saberlo, me toca husmear en otro lado. Observa, cada línea es importante. No basta un simple vistazo, mira hasta que te escuezan las retinas, hasta que el globo ocular se hinche y te duela la cabeza. No quiero que vengas llorando porque apenas entendiste el final de la película y ahora no sabes cómo seguir. No te pierdas en un cruce de caminos, piérdete sólo en la investigación. Presta atención a lo que te dicen entre murmullos y no te detengas en los que gritan palabras fáciles de olvidar. Sé que resultará agotador, te cansarás y los ojos te sudarán pero merecerá la pena; uno duerme mejor después del ejercicio, el sueño será profundo y las esperanzas de alcanzarlo, de magnitudes directamente proporcionales a la intensidad de tu exploración. Siempre intuirás que el tiempo es tu peor enemigo en los días risueños y tu gran aliado en el naufragio. Pero no te agobies intentando contar los segundos que hay en un año, mide las horas en pasos que has dado. Escarba, indaga en los recodos más remotos hasta que te sientas satisfecho. Sin embargo, nunca lo estarás. Antes de iniciar la búsqueda ya sabías que no existía ningún tesoro escondido, que tu mayor recompensa es el viaje y cómo buen aventurero no querrás que éste acabe. La vida es una búsqueda pero como decía Bono de U2; todavía no he encontrado lo que estoy buscando.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Te tiendo tu tautograma

Sara, semidormida, sueña sin saber si sabe soñar. Serpenteándole sudor sobre sus sienes susurra siete sílabas sinuosas: ‘’solamente sígueme’’. Sólo si sigo sus señales surcaremos simas, sobrevolaremos soles, singlaremos sin senderos. Simplemente seguiré siguiéndola. Sara saborea segundos, siente sabores, siembra sentimientos. Sara sorprende siendo solamente Sara. Salta silenciosamente silenciando sus saltos. Siempre suspira sollozando sobre sollozos suspirados. Sara suscita sensaciones sobrehumanas, sensaciones sublimes. Su simpatía seduce; su sencillez, subyuga. Se sienta sobre sábanas satinadas, sumergiéndose serena. Su semblante se sofoca sutilmente si soy sincera sobre su soberbia sabiduría, sobre su suntuosidad. Sobran sustantivos, se solventa sencillamente:

- Sara, secuéstrame.

- Sí, solamente sígueme - sentenció Sara, sedándome, soñando sin saber si sabía soñar.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Hambre

Destroza con los dientes una masa oscura a escondidas. La retiene en su boca, salivando muy deprisa para potenciar su sabor. Se deshace en sus papilas y deja que una vez líquido, se consuma por sí solo. Repite la misma operación introduciendo en su boca trozos pequeños de la masa oscura hasta que ya no queda más. A hurtadillas se hace con un alijo que guarda en el fondo del cajón de la mesita de noche. Vuelve a realizar el ritual, apurando cada pedacito, cada migaja. Ya ha pasado casi una hora, su estómago no puede digerir nada más pero el espécimen sigue engullendo. Está sudando y afuera seguramente las temperaturas alcancen menos 0º C. Los intestinos se le van a romper, siente dolor en todo su cuerpo salvo en la boca. En sus papilas gustativas, la satisfacción es tal que aletarga por completo cualquier molestia que tenga. Se ha olvidado del sufrimiento que aquella excitación le está causando y continúa drogándose con onzas de chocolate negro, chocolate del 70% de pureza o incluso más. No se da cuenta de que en realidad se perjudica, no tiene hambre, ya casi experimenta repulsión hacia el chocolate. Sin embargo hay algo hipnótico, algo que lo ciega y ya no ve, ya no oye, ya no come, sólo traga. Sólo es una boca, una garganta que deglute. A la mañana siguiente lo encontrarán inconsciente en el suelo de una habitación cochambrosa. En su desgraciada existencia sólo fue feliz con aquello que lo mató.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Alba viene de alboroto

Sus nudillos revelan unas iniciales borrosas que escribió a modo de recordatorio de algo que olvidó quizás antes de apuntarlo. Cuando baja la cabeza y repara en esas letras sinuosas, se choca de lleno contra un transeúnte frenético. Si consigue despertarse del trance, articulará un ‘’Lo siento’’ pero para entonces el transeúnte ya estará a más de 500 metros de distancia. La protagonista de nuestra historia sigue su camino, su única ley es el desorden. No tiene un destino ya fijado, se deja llevar por una brisa caótica y termina en una calle cualquiera. Un hombre que conoce pero que ella no lo sabe, la saluda. Para no parecer descortés, le devuelve el saludo con una media sonrisa y trata de acordarse en qué lugar y en qué momento habría visto esa cara antes. Mientras piensa, un vagabundo toca una ocarina sentado sobre un suelo helado. La música la despista y finalmente acaba repasando cada una de las notas que, quizás le suenen desconocidas y crea por ello que alguna vez debieron de resultarle familiares. En ese mismo instante, dos minutos y veintitrés segundos la separan de un amigo que la persigue y cuya compañía ella evita. Los dos minutos expiraron al pestañear y tras mirar paralizada las arrugas del vagabundo, girar la vista. Los veintitrés segundos sirvieron para que se percatara de la catástrofe y transcurridos éstos, los dos amigos se pararon para hablar. Pero la calle era amplia, estaba oscureciendo y los cambios de luz y la gente al caminar la desconcertaban. Miraba a todos lados y sin embargo, no veía nada. Quería observar tanto que sus ojos acabaron nublándose. Tras la fugaz conversación que a ella se le antojo eterna, llegó hasta el final de la calle. Corriendo, avanzó hasta la tienda de chocolate y en una de sus zancadas, se resbaló. Se dio de bruces contra el escaparate donde unos bombones se burlaron de ella. Fue justo entonces cuando se acordó de las iniciales que se había escrito en los nudillos, una ''A'' de Alba, que viene de alboroto. Sin embargo, ya se sabe que en su mente todo está desordenado, puede que pensara al revés y esa ''A'' fuese de alboroto y el alboroto, de Alba.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Querida Prudence

En plena crisis de ansiedad ante la presión que ejercen sobre ti los profesores en 2º de Bachiller amenazándote con la Selectividad, contactó conmigo Javi Rumí y no sé si eso me inquietó aún más de lo que estaba o sirvió para relajarme pero al final acabé aceptando colaborar una vez por semana en su programa Días de Radio. Lo pueden escuchar de Lunes a Jueves a partir de las 17,10 en Canal 13, en Valencia y alrededores (100.7 fm) o a través de Internet. Cada día se trata a un grupo o cantante diferente. Les dejo mi relato sobre The Beatles del programa del martes, una pequeña composición con versos de sus canciones más emblemáticas.


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Querida Prudence;

Te escribo mientras escucho de fondo, como los escarabajos afinan sus patitas.

Miro a todos los que están solos y me doy que cuenta de que ayer todos mis problemas parecían tan lejanos. Ahora el mundo se me antoja demasiado grande y siempre acabo perdiéndome en el largo y sinuoso camino que conduce hasta tu casa. Avanzo con paso trémulo y luego retrocedo resuelto, decidido a olvidarte. Pero se me ha olvidado acordarme de cómo se olvida. Lo único que se me ocurre es retorcerme y gritar, casi susurrando para que no puedas oírme. Tú eres la causa, yo, la consecuencia. Te observo a través de los resquicios de un cristal roto pensando que debería haberlo sabido mejor antes de enamorarme. Hay lugares que recordaré toda mi vida, como la colina donde nos besamos por primera vez. El lugar no ha cambiado pero tú sí. Ahora vuelvo allí solo a repasar los momentos que ya no sucederán y por eso me llaman el loco de la colina. Quererte resulta extenuante pero no puedo evitarlo, conocerte es amarte. Supongo que debo acostumbrarme y mientras mi guitarra llora dulcemente compondré canciones para no escuchar más tu voz. Sin embargo me niego, me encanta imaginarnos juntos y arrugados, cuando tengamos 64 años. ¿Quieres saber un secreto? ¿Prometes no decirlo? Cuando te miro es como si volviésemos a enamorarnos, como si empezásemos de nuevo. No es algo descabellado, solamente quiero cogerte de la mano, acariciarla y deslizando las yemas de mis dedos escribirte que todo lo que necesitas es amor.

Con cariño, de mí para ti.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Chocolat de la Belgique

Tal era el estado de apatía de Conrad Desmond que incluso caer rendido en su cama y dejarse llevar por la desidia le parecía una empresa demasiado complicada. Su mejor y única amiga, Myra Klieg, le había propuesto una escapada de fin de semana a Bruselas, para ver una exposición de arte moderno y de paso, frecuentar una chocolaterie y deleitar al paladar con los estimulantes del cacao. En cualquier otro momento, Conrad Desmond hubiera aceptado sin dudarlo pero ahora tenía todos los sentidos atrofiados, no sólo no podía ver ese plan con ojos aventureros, sino que estaba sordo y ahora sólo percibía interferencias radiofónicas y por consiguiente, ni siquiera era capaz de imaginarse lo que experimentarían sus papilas gustativas al mezclarse con un auténtico chocolate belga. Myra clavaba un iris negro suplicante directamente en el de Conrad, pero éste seguía ciego.

- No te lo tomes a mal, Myra. Me encantaría ir.

- Entonces, ven – insistía ella.

- No puedo, me da mucha pereza.

- En ese caso, por qué vivir si consumes muchas más energía que muerto.

- Lo he pensado, pero lo descarté porque el suicidio debe de ser, si cabe, más agotador que esperar a la muerte sin hacer nada, aun cuando faltasen más de cien años para que viniera a buscarme.

- Pues yo creo que no hacer nada requiere una dedicación absoluta y mucha más concentración que dejarte llevar por la corriente de la vida. Hay que poner empeño, por eso, como yo soy más vaga que tú, no intentaré resistirme a los efectos del chocolate y saldré en el vuelo de las 10.30

Conrad Desmond agachó la cabeza y la miró por encima de los cristales de sus gafas.

- Te acompaño – sentenció, rendido ante la indiscutible retórica de Myra

viernes, 31 de octubre de 2008

Frío invierno

No, no y no. No quiero. Se están colando los primeros rayos de sol. Se agrandan, se alargan y ya casi me cubren toda la cabeza. La penumbra es cada vez menos tangible. El día se abre y yo me escondo. Encojo todo mi cuerpo, curvando mi columna en posición fetal. Con los ojos cerrados pero despiertos. Tiemblo porque me entra frío sólo con pensar que tengo que salir de mi guarida. Entonces comienzo a dar vueltas tanteando un lado y otro, deslizándome entre los pliegues de la tela. Luego estiro mis músculos entumecidos. Giro la cabeza y miro hacia abajo, la distancia me parece abismal. Me incorporó, el nido se quiebra y medrosa, apoyo los dedos desnudos de mis pies en el suelo. La miro con nostalgia, mi coleccionista de sueños. Una mañana diáfana me arranca del mundo onírico y aunque no quiera me levanto y salgo de la cama.

jueves, 23 de octubre de 2008

Un colibrí risueño

Un colibrí risueño sobrevolaba la palma de mi mano, yo, ilusa, la extendía creyendo que se posaría en ella. Le miraba fijamente, hipnotizada. Él agitaba sus alas frenéticamente y me hablaba con susurros inaudibles. Quería acariciar sus plumas doradas pero el colibrí no me dejaba. Aunque permaneciese en el mismo sitio, movía su minúsculo cuerpo a una velocidad imperceptible, si no fuera porque aún distinguía el pico, sus alas hubieran podido pasar por dos cuchillar afiladas. Poco a poco cada uno de mis músculos se fueron relajando hasta que tuvieron la consistencia de la gelatina, las piernas me flaqueaban y la sonrisa invadió un rostro cada vez más bobalicón. Me había cautivado.

Parpadeé involuntariamente, una de esas acciones que realiza nuestro cuerpo sin que nos demos cuenta, y cuando volví a abrir los ojos el colibrí había desaparecido. Seguí mi camino con una mueca infantil. Me sentía triste pero traté de ocultarlo porque solamente se trataba de un mero colibrí, un pájaro mudo y aun así más volátil que cualquier palabra. La gente se reiría de mí si me encontrase llorando por un colibrí, así pues, intenté borrar aquel capítulo efímero. Pero no pude. Llegué hasta un riachuelo y en la orilla lo encontré danzando. Su silueta metálica deslumbraba, me hacía daño en las corneas. Sin embargo, aun cuando se me derritiesen las retinas, seguí observándolo. Me acerqué y otra vez, perdonándole sin decir nada, le cedí mi mano. Rehuyó, dando vueltas a mi alrededor, atrapándome mientras se alejaba. Lo hizo lentamente, ahora sus alas eran de águila. Partía hacia el horizonte con la elegancia de un ave rapaz. Por mucho que enjugara mis lágrimas no dejaba de tener las mejillas húmedas. Lloraba porque yo no tenía alas. Cada vez lo veía más borroso y me convencía a mi misma de que ya era menos bello, casi un vencejo. No lo conseguí, por muy lejos que estuviese, seguiría siendo el colibrí risueño en el que pensaría constantemente. Entonces lo decidí, aprendería a volar.

sábado, 11 de octubre de 2008

Trastorno metamórfico de un hombre

Se incorporó y extendiendo los brazos y las piernas intentó salir del trance. No sabía cuánto tiempo había permanecido dormido. Cuando se levantó creyó que el mundo a su alrededor había vivido más de veinte años desde que se durmió. Él también había cambiado. Sentía que su cuerpo no le pertenecía, como si anduviese con las piernas de otro y viera con unos ojos que no eran suyos. Su figura se le antojaba más voluminosa que antes. El peso de su barriga hacia que caminase con la piernas más abiertas de lo normal y contoneándose de un lado a otro con hilarante cadencia. El trayecto hasta el aseo le pareció interminable y acabó exhausto. Por fin consiguió verse en el espejo. Su reflejo mostraba la perplejidad de un hombre ante aquel rostro que ahora desconocía. Examinó cada surco y cada arruga minuciosamente y no encontró parecido alguno con la persona que un día fue, por muy rápido que el tiempo hubiese pasado. No sólo había multiplicado su peso, sino que dónde antes había una nariz pequeña y aniñada ahora irrumpían dos agujeros enormes sujetados por una prominente giba y donde estuvo una vez una sonrisa partida de labios cortados se han colocado dos líneas finas arrugadas, casi imperceptibles. Se echó a llorar. Durante largo rato se observó a sí mismo con una esclerótica extraña empapada. Su nuevo cuerpo era agotador, le costaba manejar aquellos muslos rollizos. Tras una dura travesía logró llegar al sofá. Al sentarse notó más que nunca aquella acumulación de grasa que bordeaba su tronco empezando en el ombligo. Era como si estuviese dentro de una piscina llena de tocino de cerdo. Ahora creía hallarse en un universo ilusorio, pensaba que ese cuerpo en el que se encontraba atrapado se interponía en la realidad. Había que superar la barrera cárnica para llegar a la vida, mientras tanto estaría muerto. Pero su cuerpo no volvió a cambiar, salvo las pequeñas variaciones que se sufren con la edad, nunca más padecería semejante metamorfosis. Por mucho ejercicio que realizara y poco que comiera jamás adelgazo un solo gramo. Vivió, pues, a pesar de creerse muerto, luchando contra su cuerpo y murió porque aquella guerra resultó ser ímproba y extenuante.

jueves, 2 de octubre de 2008

Azul eléctrico

Eran dos personajes antagónicos, dos contrarios alejados el uno del otro. Sin embargo compartían el mismo color de iris. Ambos poseían ese tono claro y límpido, exactamente idéntico.

Uno era guapo y hercúleo, de tez morena y pelo oscuro. Otro, desgarbado, enclenque con la piel mortecina, llena de manchas y el cabello pajizo y enmarañado. El primero hablaba con contundencia y rigidez, intentando ocultar su flagrante carácter tímido. Este fenómeno acrecentaba la admiración que infundía a los demás, especialmente entre el público femenino. Lo intuían como un ser misteriso. Su timidez no constituía ningún tipo de barrera, al contrario, lo hacía más interesante. Pensaban que desenmascarar su inexpresión facial y esos ojos estáticos sería una especie de expedición hasta algo tan bello y lejano como la luna. En cambio, cualquier canon impuesto producía en mí la más absoluta indiferencia. Era incapaz de enamorarme de alguien que no sólo desaprovechaba su supuesto atractivo, sino que utilizaba aquello como un arma de doble filo para encandilarnos, prerrogativa a la que sucumbieron todas sus víctimas excepto yo.

El tipo enclenque tenía los mismos ojos que el primero pero se me antojaban dos universos completamente diferentes, uno infinito y el otro vacío, respectivamente. Tenía mirada de actor, una virtud que con el tiempo y la experiencia se puede adquirir. Sin embargo, la suya era una característica innata, consustancial a su naturaleza única. Mirarle fijamente era un pasatiempo agotador, sus pupilas te atrapaban y te iban consumiendo poco a poco, provocándote pequeños espasmos en la boca del estómago. Sus ojos de azul eléctrico proporcionaban descargas que te hacían temblar. Luego estaba ese rostro cansado de tonos cambiantes, no importa cuanto lo hubieses examinado siempre encontrabas algo nuevo que te incitaba a seguir buscando entre los entresijos faciales. Su voz era suave, las palabras te acariciaban recorriéndote una a una con elegancia. Cuando apartaba la vista y conseguía despertarme del trance mi cuerpo sentía aquella combinación entre las endorfinas y el sudor como si hubiese realizado un enorme esfuerzo físico. Quizás por eso nadie lo veía como lo hacía yo, la verdadera belleza es tan sugestiva como extenuante.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Ellos, vosotros, yo y la especie humana en general.

Se empeñan en disfrazarse con falsos vestidos de satén y trajes de chaqueta. Se jactan de su falsedad y, como muchos de vosotros, me dejo impresionar. Sonríen cuando lloran y cuando no lloran, también. Fingen tanto que aparentan fingir. Se han convertido en hordas insensibles que buscan a cualquiera que esté dispuesto a perder su identidad. Es una epidemia que persiste desde tiempos inmemoriales y a la que nos hemos acostumbrado. Nadie se extraña si responden con convencionalismos que ellos mismos se han impuesto. Lo extraño sería contestar con una frase espontánea. No hay religión que valga cuando se puede tener fe en la hipocresía. También carecen de valores, sólo creen en lo que todo el mundo cree. Ahora vienen hacía mí, no necesitan argumentos para convencerme, su indiscutible retórica me atrapa y yo también me disfrazo. Ha resultado fácil, la cobardía se comporta como un acto reflejo. Nadie me ve ni yo veo a nadie, solamente vestidos de satén y trajes de chaqueta.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Rutina

Se levantaba, como siempre, a las 7:01, creyendo que ese minuto de más le borraría las ojeras y apaciguaría su cansancio. Todas las mañanas al despertarse se estiraba en el lecho, tensando el cuerpo de una forma casi imposible, como si quisiera despegar los huesos de la piel. Después se vestía, se lavaba el rostro y se miraba en el espejo, pero su aspecto seguía siendo el mismo. Tragaba sin pensar, un café caliente bien cargado y pensaba que así sus ojos estarían más abiertos y su actitud en el trabajo sería más receptiva. Cogía el metro, analizaba el mismo olor a sudor frío de todos los días en el ambiente reseco y áspero de ese tipo de conglomeraciones humanas. En el trabajo su jefe le gritaba un fingido ‘’Buenos días’’, se quejaba de su último informe y le exigía el siguiente lo antes posible. Desde la ventana del despacho podía contemplar las piernas que dejaba entrever la falda negra de la mujer que nunca le amaría. Al mediodía en su descanso de 40 minutos pedía lo menos vomitivo que ofreciera el menú del restaurante y la mayoría de las veces, con el estómago vacío, volvía a su rutina. Casi entrada la noche, tras prolongar su calvario haciendo horas extras a petición de su superior regresaba a casa. Se sienta en el sofá del salón y observa como las horas pasan, transformándose en lo mismo que fueron el día anterior. Todo giraba en torno a una órbita circular que terminaba y empezaba en un mismo punto. Maldita monotonía, ahora no está para elucubraciones. Se encuentra exhausto y aunque le rugan los intestinos, sólo tiene ganas de acurrucarse entre las sábanas y esperar a que vuelva a sonar el despertador a la mañana siguiente.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Lapso

El tiempo pasa ladino y silencioso. No espera a pasos lentos ni alcanza zancadas largas, simplemente se escurre cadenciosamente. A veces lo sientes frenético y otras demasiado sereno. Lo pierdes y lo encuentras, como a un juguete olvidado. El tiempo nos aleja y en la distancia, nos une aunque nosotros no lo sepamos y por eso maldecimos las horas y los kilómetros que nos separan. Asusta cuando las manecillas del reloj no se detienen pero sería más terrible si cesaran su ritmo. Miras atrás y apenas ves nada. Intentas espiarnos por entre los resquicios de una ventana, desde el cristal de hoy con vistas hacia el mañana pero ahora todo está borroso y te da miedo. El tiempo nos moja con una regadera y crecemos, unos echan flores, otros sólo hojas secas. Tú te haces cada vez más grande, se alargan tus raíces y el tallo se te vuelve más rígido, más maduro. Paradójicamente a mí me da vértigo, temo que un día crezcas tanto que ni siquiera puedas agacharte para mirarme. Aunque después de todo, creo que lo más aterrador es despojarse de ese miedo, miedo a perder el miedo y avanzar.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Inconsciencia



Hoy tu sombra se mezcla con la mía. Me coges de la mano y vas derritiendo las yemas de mis dedos. Me pintas una sonrisa sin quererlo. Repasas con la mirada el reflejo de mi contorno en negativo. Yo sigo con los ojos cerrados, no me atrevo a abrirlos por si despierto de repente. No puedo ver como te ríes de mí en silencio, pero te imagino curvando las comisuras de los labios y entornando los ojos burlonamente. No me doy cuenta de que estás temblando, porque yo hago lo mismo. Siento un cosquilleo que empieza en la planta de mis pies y repta hasta mis párpados, haciendo presión en ellos para que permanezcan pegados. Sueño que esto es un sueño y me despierto soñando de nuevo, contigo agarrado a mi cintura. Las luces cambiantes mueven el reflejo de nuestras siluetas. Las calles se tiñen de negro pero nosotros no lo sabemos. No sabemos nada, salvo que hoy tu sombra se mezcla con la mía. I

lunes, 1 de septiembre de 2008

Bloqueo literario

Me dispuse frente al ordenador, mirándole desafiante y empecé a escribir. Las yemas de mis dedos se deslizaban sobre las teclas a un ritmo frenético. No me importaba si lo que decía tenía sentido o no, las letras se organizaban solas. Estaba poseída por el click que sonaba al presionar cada carácter sobre el teclado. Pasaban las horas como si fuesen minutos, los días se condensaban en horas y las semanas en días. Vivía escribiendo y escribía que vivía. Todo era intenso en mi novela, los acontecimientos se sucedían velando un final hipnótico. No sólo era la escritora, sino también la más ferviente lectora. A menudo me sorprendía a mi misma inquieta y ansiosa por averiguar qué narraría el próximo capítulo. Cada día era más fascinante que el anterior. No comía ni dormía, los personajes de mi historia ya lo hacían por mí. Me alimentaba de páginas recién escritas, la palabra era el principal y único aporte calórico de mi dieta prosaica. Pero de repente, una tarde llegué hasta la presentación del personaje que se suponía yo interpretaba. Me bloqueé, no tenía ni la más remota idea de cómo seguir. Paré de escribir y mi novela terminó con un puñado de páginas en blanco que todavía hoy siguen siendo un misterio para mí.

domingo, 31 de agosto de 2008

El túnel de los cobardes

Me conozco lo suficiente para saber que no me conozco a mí mismo tanto como yo creo. Desde que tengo uso de razón el mayor enigma ha sido descubrir el mecanismo de mi mente impredecible. Practico el auto psicoanálisis pero la mayoría de las veces me doy un diagnóstico erróneo y termino con más dudas de las que tenía en un principio. Creo que de todos los lamentables capítulos de mi vida el peor es en el que me enamoré de una chica a la que nunca conocí. Por aquel entonces yo no sabía que enamorarse podía convertirse en una enfermedad crónica. Había soñado contigo en incontables ocasiones y había repasado mentalmente como transcurriría el día en que te viera por primera vez. La imagen, que yo intuía cada vez más cercana, de tu vestido rojo susurrándole al viento y de tus manos acariciando las mías consumió toda actividad cerebral que pudiese experimentar de tal manera que te aparecías incluso mientras dormía. Pensaba en ti sin darme cuenta y me preguntaba si tú haría lo mismo, entonces me entristecía aún más no sólo por no poder tenerte sino porque sabía que lo más probable era que tú no malgastases ni un segundo de tu tiempo en mí. En mis cavilaciones intentaba averiguar si estarías al corriente de mis sentimientos. Suponía que sí, las mujeres tenéis un sexto sentido para estas cosas. Todo aquello me hacía daño. Egoístamente me alegraba si te imaginaba llorando y me dolían tanto tus lágrimas como la ausencia de ellas. Estaba solo sin estarlo, pues a menudo te descubría sentada a mi lado y oía tu risa que un día inventé. Luego, antes de acostarme temblaba escondiéndome entre las sábanas de aquella cama vacía. No podía dormir porque soñaba despierto que dormías conmigo. Apenas comía porque las palabras que nunca te dije iban consumiendo poco a poco mis intestinos y ascendían hasta llegar al esófago. Un día quedamos. Al apearme en la estación creí verte esperándome mientras jugabas con un mechón de tu pelo castaño. Me entró miedo y corrí para alcanzar un tren que me llevara lejos de ti. Conseguí subir a uno que ya casi se había puesto en marcha. Me asomé por la ventana de aquel vagón que avanzaba y te dibujaba cada vez más pequeñita y menos nítida. Nuestras miradas estuvieron a punto de cruzarse pero aparté la vista instintivamente y pusilánime me perdí en aquellas vías hacía ninguna parte, sin conocerte, sin mirarte a los ojos.

jueves, 28 de agosto de 2008

Té con leche

Un perfecto británico se autoproclama asimismo como tal cuando ofrece con cortesía a todas sus visitas una taza de té o en su defecto café, si el invitado no está familiarizado con la primera opción. El té se sirve caliente, eso yo ya lo sabía antes de aceptar la invitación con un gesto que se confundía entre el hambre, la sed y la resignación. Lo que descubrí aquel día fue que a menos que experimentes cierto placer masoquista quemándote los labios hasta el punto de producirte sarpullidos o incluso cicatrices, conviene diluir el té en leche. Desgraciadamente eso lo aprendí después de sorber el primer trago y no sólo quemar mis labios, sino también atrofiar mis papilas gustativas y mis anginas mientras en las yemas de mis dedos casi se formaron pequeñas ampollas por sujetar la taza. Aún a riesgo de que lo considerasen una inmolación de la tradición británica, pedí un poco de hielo. Todos se giraron y pusieron sus ojos desorbitados en mí. Por espacio de un minuto, que se me antojó una hora, permanecieron callados mirándome como si fuera un espécimen alienígena digno de estudio. Finalmente la anfitriona se incorporó agitando su cabeza como cuando te quedas dormido en mitad de un acontecimiento importante e intentas despertarte, se aproximó hasta la cocina y la perdí de vista. ‘’ ¿Hielo en el té?’’ aventuró a decir un niño pelirrojo que sorbía con fruición de su taza. ‘’Sí, siempre lo tomo así’’ contesté yo, aunque hubiera sido más correcto decir que nunca había probado aquel líquido porque su mero olor a hierbas ya me provocaba arcadas. Mi humillación fue lo de menos, la peor parte llego cuando la mujer se acercó y con la cara de preocupación que se dibuja en las amas de casa cuando sucede un incidente insignificante dentro de su orden metódico y preciso, se disculpó porque no tenía cubitos. El pánico se apoderó de mí, me disponía a coger la taza y engullir tan rápido como la garganta me lo permitiera aquella sustancia vomitiva. Pero antes de que pudiera alcanzar el vaso, ella articuló una palabras que yo sentí como un discurso liberador, ‘’ Si quieres, puedes mezclarlo con leche’’ Con leche, el té seguía conservando su sabor desagradable pero por lo menos, estaba frío.

Al parecer mi actuación de aquel día no escandalizó a la anfitriona, que continuó ofreciéndome té a todas horas. Como quería causarle buena impresión siempre decía que sí. Para cuando me dí cuenta que ese ‘’¿Quieres algo? ¿una taza de té?’’ era simplemente una de esas preguntas que se formulan por rutina pero nunca esperan una respuesta y mucho menos afirmativa, yo ya llevaba tres tazas encima y me encontraba al borde de un paro cardíaco. Mis ojos, inyectados en teína, pasaron la noche en vela. Me prometí a mí misma que no volvería a catar una sola gota de té pero sus componentes adictivos ya habían hecho efecto. Acabó gustándome hasta un punto casi tan enfermizo como mi adicción al chocolate. Llegó un día en el que las ingentes dosis de té superaron a mis reservas de alimentos sólidos. Establecí que mi límite estaba en no más de dos tazas diarias, pero bastaba un suspiro en uno de esos fugaces silencios incómodos para que te tentaran con la fatídica pregunta. Me convertí en un ente hiperactivo relleno de estimulantes, lo cual dentro del aparente dramatismo que puede suponer hizo que no se me escapara ni un solo detalle durante el viaje. Ahora, de vuelta en España, estoy en proceso de recuperación y escribo mis progresos en un blog. Creo que manteniéndome alejada de las extravagantes costumbres británicas, poco a poco mi obsesión por la teína irá mermando.

jueves, 24 de julio de 2008

Puesta de sol


Se trata de apenas un minuto, quizás ni siquiera llegue a treinta segundos. El proceso entero es más largo, puede durar hasta veinte minutos pero el apogeo de una puesta de sol es un instante casi inapreciable. El color del cielo se vuelve más vivo que nunca, con un tono celeste que se va degradando cuando rompe con la línea del horizonte. Las nubes se van perdiendo tras los surcos que marcan unos finos rayos de luz, parecen manchas pintadas por un pincel impresionista. Unas acuarelas que se diluyen mientras desenfocan los edificios y la gente que pasea sin reparar en ellas o las que sí lo hacen y miran con ojos de lechuza. Los contornos vaporosos, blanquecinos y azulados, se aúnan en una misma línea salpicada con colores cálidos que se difuminan a medida que se van alejando del punto central, que es el sol disparando luciérnagas; diminutos puntos de luz que no hacen daño a la vista.

Puedes, sin darte cuenta, girarte en ese momento para pedir un café o para comentar lo hermoso que resulta el paisaje y perderte el súmmum de lo sublime. Es fácil que se te escape, como el tiempo indómito, que en este caso es especialmente reducido. Puede que permanezcas con la mirada fija desde que avistaste los primeros vestigios del esperado momento y cuando suceda te subyugue de tal manera que te entristezcas por no tener a nadie con quien compartirlo. O puede que prefieras abrazarte a algún desconocido que pasó a ser algo importante en tu vida y guardar vuestras sombras bajo el fondo de una puesta de sol en tu álbum de fotos.
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Voy a estar fuera hasta finales de Agosto. Cuando vuela seguiré aburriendo con mis fotogramas. Hasta entonces, feliz verano a todos.

jueves, 10 de julio de 2008

Puntos de color vino

Eran dos figuras que a simple vista parecían una sola. Él estaba pegado a ella como una serpiente enroscada a su presa, escrutando su cuello enerve y elegante, oprimiendo con sus manos rollizas sus pechos y susurrándole al oído tan bajito que ni siquiera él mismo comprendía lo que decía. Ella hacía fuerza con las piernas y el abdomen tratando de diluirse entre las sábanas. Él interpretaba esos impulsos de manera muy diferente a lo significaban en realidad. Entonces, cuando sentía la presión que ella hacía con las puntas de los dedos de los pies intentando separar sus cuerpos, él asía con más fuerza los pechos de la joven como si quisiera arrancárselos. Había estruendosos silencios en los que su cara de mártir provocaba si cabe más excitación en él. La habitación era blanca impoluta al igual que las sábanas y las cortinas, lo que contrastaba con aquellos dos cuerpos enfebrecidos de color vino y la exaltación de sus rostros que rompía la armonía mortecina. Ella se concentró en un punto fijo para calmar su marasmo pero todos los puntos que allí había salvo los que constituían sus siluetas, eran blancos. Su mirada se perdía y sus pupilas se ahogaban. Lloraba, lloraba por el dolor que producía aquella carne sebosa al rozar su piel asfixiándola, lo hacía sin fuerza en sus córneas y aún así las lágrimas empaparon su cara marchita. Lloraba en suspiros entrecortados para que nadie la oyera pero él no tardó en percatarse y paró en seco, luego vapuleó sus huesos como si fuera una muñeca de trapo girando su cuerpo para mirarla directamente a los ojos.

- ¿Qué pasa? ¿Estás llorando? – él fingió preocupación y contrajo los músculos de la cara esforzándose por llorar.

- Nada, no me pasa nada – hizo una pausa para inventar cualquier excusa – lloro de felicidad.

Ella mintió y él se lo creyó. Para entonces ya había conseguido sacar alguna lágrima falsa y los dos lloraron juntos de hipócrita felicidad, cada uno por sus motivos.

domingo, 6 de julio de 2008

Instantánea de un día de lluvia

El cielo es atacado por un pintor furioso que lo tiñe todo con tonos oscuros y añade manchas grisáceas por doquier. Los árboles advierten lo que se avecina y encogen sus hojas como bebés medrosos e indefensos. Éstos avisan a las hormigas y a los saltamontes, que se ocultan en sus escondrijos subterráneos. Los transeúntes están demasiado ocupados pensando en los problemas de la vida cotidiana y otras banalidades para percatarse de lo que está a punto de suceder. Las manchas grisáceas se entristecen, todo el mundo tiene días malos; incluso las nubes. El resultado es una panorámica lúgubre y quejumbrosa. El pintor furioso corona la hecatombe visual con unas enormes lágrimas que se desprenden de las manchas grisáceas e inundan la ciudad. Entonces las personas que hace un momento paseaban despreocupadas ahora buscan cobijo en cualquier porche o portal que encuentren a su paso. Aquéllos que viven en un frenetismo constante ni si quiera disponen de tiempo para prestar atención a una insignificante gota derramada sobre su rostro y siguen andando con ritmo acelerado como si nada hubiera pasado. Otros, más precavidos, desenfundan sus paraguas sin alarmarse. Algunos niños que juegan en el parque sonríen y abren la boca intentando absorber la mayor cantidad posible del líquido que cae del cielo, muchos de ellos cantan a lo Gene Kelly aunque todavía sean demasiado inocentes para saber de la existencia de una película llamada Cantando bajo la lluvia. Los jóvenes enamorados se exhiben abrazados, pegados el uno al otro en mitad de la calle embriagados por el romanticismo que provocan sus labios húmedos y sus cabellos mojados.

Mientras tanto tú solamente eres un mero espectador. Escuchas el sonido de las gotas al chocar contra el suelo, un sonido imperceptible para los demás pero tangible y elegante para ti. Te gusta que esas insignificantes partículas se expandan en el cristal de tu ventana y contemplar como forman entre ellas sobrios cuadros puntillistas. Sé que miras al cielo con nostalgia y que guardarías en un tarrito el perfume que salpica tus fosas nasales en ese mismo instante. Un aroma que te transporta a reminiscencias de momentos felices, que casi consigues olvidar si no hubiera sido por ese olor característico. Lo sé, sé que te gustan tanto como a mí los días de lluvia.

viernes, 4 de julio de 2008

Oscuridad melódica

El sofocante calor de una noche cualquiera de verano lo sumía en un taciturno estado de vigilia. Las gotas diminutas de sudor eran casi inapreciables pero lo suficientemente abundantes como para maquillar su rostro con ese tono brillante y húmedo tan característico en esa época del año. Su piel se pegaba a las sábanas y sus manos parecían estar a punto de derretirse. Normalmente solía dar vueltas sobre el lecho, retorciéndose, tanteando los dos lados de la cama con tal de conciliar el sueño. Pero esa noche ella dormía plácidamente a su lado, lo cual constituía una irresistible distracción que no hacía sino acrecentar su insomnio, disparando el funcionamiento de sus cinco sentidos para no perderse detalle de la imagen onírica, muy lejos de estar dispuesto a cerrar sus ojos. Rechazaría su sueño para concentrarse en el de ella. Sólo el cadencioso sonido de su respiración resultaba razón más que suficiente para pasar la noche en vela. Respiraba con la elegancia de un cisne al pasear sobre las aguas cristalinas del Sena, suave y lento como caricias rozando sus párpados. La musicalidad de cada suspiro acompasaba los latidos de su corazón y sus labios que se estremecían, jugando entre ellos sutiles y delicados. La penumbra no impedía que reparase hasta en el más insignificante detalle de su cuerpo, desde los mortecinos y finos dedos de sus pies hasta cada uno de los diferentes matices que su cabello adquiría desde esa luz en blanco y negro.

Al contemplarla desnuda tan relajada y tan frágil como una pompa de jabón, no pudo evitar acordarse del día en que se conocieron; cuando él escribió su nombre junto con su teléfono sobre una servilleta sucia y roída. Ella le gritó cuando se percató que había escrito Elena en lugar de Helena y él le contestó con el mismo tono impertinente que la ‘’h’’ en castellano era muda y ese afán por colocar letras innecesarias solamente sacaba a la luz un esnobismo innato que él ya sospechaba desde un principio. Entonces ella, enajenada y con la vena que le recorre el cuello y termina en su oreja izquierda a punto de explotar, profirió con un discurso sobre el sentido etimológico de su nombre que hacía que el castellano heredara a través del espíritu áspero del griego esa ‘’h’’ y acalló toda protesta posible. Desde ese momento se juró a si mismo no volver a ver a ese individuo tan extravagante y petulante como él. Y sin embargo, precisamente desde aquel instante no han vuelto a separarse. Helena entornó los ojos y realizó un fallido intento por incorporarse. La atenta mirada de su cómplice la había despertado.

-¿Qué pasa, Carlos? ¿Estás bien? – preguntó ella con su voz meliflua y aterciopelada.

-¿Cómo? ¡Me has despertado! Estaba durmiendo como un tronco – exclamó mientras fingía un estruendoso bostezo.

martes, 1 de julio de 2008

Fotogramas psicosomáticos


Era una ventana como otra cualquiera pero depende de la perspectiva y el lado en que la mires las vistas resultaban bien diferentes. Una opción mostraba a la profesora de economía predicando el sermón rutinario sobre políticas monetarias y otros conceptos incomprensibles. Contemplé el panorama que se presentaba, una veintena de alumnos ojerosos apoyados en sus pupitres dejando caer el peso de sus cuerpos, casi la mitad de la clase estaba completamente dormida, del resto; una parte posaba sus ojos en un punto fijo con la mirada perdida y la otra agachaba sus cabezas fingiendo prestar atención y leer atentamente el contenido del libro.

La segunda opción era mucho más tentadora. A través del cristal podía imaginarme un paisaje colorista. Pinté a niños jugando sobre un pantano y a parejas tumbadas en el césped observando un cielo azul cambiante que se movía al ritmo de una melodía de fondo. No alcancé a distinguir cual era exactamente la pieza, pero podría haber sido algo de Listz. Los colores se mezclaban entre sí y en unos segundos el cuadro ya se había transformado en otra imagen distinta. A través de esa ventana parecía que el tiempo se escapara en forma de breves capítulos de una historia, trazando con pincel vidas paralelas. Era como una secuencia de fotogramas de mis películas favoritas.