miércoles, 17 de febrero de 2010

(Inserte aquí un silencio)

El silencio es el sonido de la soledad. Por eso, el silencio en compañía a menudo se me antoja un incómodo aislamiento colectivo. Uno siempre intenta evitarlo si tiene a alguien al lado. Trata de quebrarlo cuanto antes, porque si espera un poco más, cada sílaba que se pronuncie sonará igual que un acorde desafinado y todas esas notas sólo aspirarán a conformar un ruido de fondo, como una conversación sobre el tiempo o una reflexión absurda acerca de teteras. En ocasiones, incluso cuando estamos solos sentimos la obligación de romperlo, encendemos la tele o fingimos escuchar el primer programa de radio que aparezca. De esa forma lo enmascaramos con un falso eco que actúa como placebo de la soledad. En situaciones sociales la mecánica es distinta: hay que acabar con el silencio sencillamente porque está mal visto. Hay que aniquilarlo, porque en un escenario donde el silencio no sólo no está mal visto sino que además se considera algo positivo la falta de palabras se traduce como un exceso de confianza. Los excesos también están tildados de forma negativa por la sociedad. Concretamente, de la confianza llegan a decir que da asco. Y como no queremos que se nos juzgue ni mucho menos pecar de algo tan repugnante como la confianza, hablamos y hablamos. Hablamos por miedo, para no escuchar lo únicamente expresable mediante silencios [pausa] como este en el que acabo decir lo que no se puede ni me atrevo a manifestar en forma de fonemas.