domingo, 17 de junio de 2012

Conversación entre lechugas

–A buenas horas, mangas verdes.

–¿No ves que mi camisa es de color azul?

–Déjate de tonterías y no mezcles aserrín con pan rallado.

–Pero si no como pan, soy celíaco.

–Es que a ti siempre hay que darte de comer aparte.

–Podemos comer los dos algo de carne, ¿qué te parece?

–Que no quiero que me den gato por liebre.

–¿De dónde te has sacado lo de los gatos?

–Pues de que tú y yo nos llevamos como el perro y el gato.

–Mi perro murió hace meses y lo pasé muy mal. Se tragó el pienso para gatos envenenado que había preparado para el minino del vecino que se colaba en mi casa. Ni se te ocurra bromear con eso.

–¿Sabes lo que te digo? Que muerto el perro se acabó la rabia.

–¿Ah sí? Pues resulta que la rabia no se ha acabado porque ahora mismo me están entrando ganas de darte dos buenas tortas.

–Buena idea; a falta de pan, buenas son tortas.

–Ya estoy harto, me voy.

–No te pongas así, solo te estoy buscando las cosquillas.

–Pues no me hace ninguna gracia. 

–Es que no tienes que tomarte las cosas al pie de la letra.

–Las letras, en todo caso, tienen serifas, no pies. Déjame de una vez.

– En fin, yo sí que me he cansado de escucharte. Me voy con la música a otra parte. Anda, sin haberlo planeado me ha salido un pareado.

–Bueno, de perdidos al río. Si no puedes con el enemigo, únete a él; así que donde digo digo, no digo digo, sino digo Diego. Rectificar es de sabios y yo me he dado cuenta de que como no por mucho madrugar amanece más temprano, más vale tarde que nunca.

domingo, 3 de junio de 2012

Esperar

¿Y qué esperas? Uno espera que ocurra algo mejor, que no ocurra nada peor, que no ocurra nada. Cuando uno espera tanto, tanto tiempo, tantas cosas, olvida qué esperaba. Ya ni siquiera sabe si está esperando o no, pues no se puede esperar sin objeto. Uno siempre espera algo, aunque sea el autobús. Espera terminar ese libro, esa película, ese cuadro; espera que el cigarrillo se consuma por completo. Sin embargo, ya ni siquiera escribe, ni rueda, ni pinta, ni fuma. Ha alcanzado un estado de espera absoluta en el que lo único que pretende es no dejar de esperar nunca para no pensar en la muerte; aunque, en realidad, entre esa espera y una partida de defunción la diferencia solo sea de orden burocrático.