Cuando en la década
de los cincuenta, en el norte de Estados Unidos, un padre conducía a su hijo en
una camioneta por carreteras perdidas y lo llevaba hasta bosques de árboles imposibles
para dejarlo solo allí durante un rato, ¿sabía ese niño que era David Lynch?
Cuando, más tarde, a finales de los sesenta, ese niño ya crecido rodó su primer
cortometraje, ¿se había dado cuenta ya de que era David Lynch? Cuando llegó a
California para estudiar cine, ¿era menos David Lynch que cuando un par de años
más tarde, decidido a dejar el American Film Institute, aceptó seguir, sobornado
por la financiación de la escuela, que produjo Eraserhead? Cuando Dennis Hopper, con los ojos desorbitados ante
las piernas entreabiertas y desnudas de Isabella Rosellini, inhala poseído
nitrato amílico con la ayuda de una mascarilla, ¿era consciente de que estaba
siendo David Lynch? Y cuándo Willem Dafoe descuartiza con la mirada el cuerpo de
Laura Dern en Wild at heart, ¿era
consciente entonces? ¿Ni siquiera cuando el Club Silencio gritaba su nombre lo
escuchó? ¿Es David Lynch el único que no se ha dado cuenta de quién es David
Lynch o somos nosotros los que hemos caído en el engaño y, como le ocurriera a
aquel personaje de Borges, hemos querido salvar a alguien que caminaba sobre el
fuego, ignorando que también nosotros lo pisamos sin quemarnos? ¿Acaso no consiste en eso ser David Lynch?
viernes, 13 de junio de 2014
lunes, 9 de junio de 2014
Crítica de la sazón pura
Fundamos un partido político, en cuyo programa
aparecen todos los ingredientes que conforman un pastel de zanahoria. Se trata
de un postre muy de moda, no solo es novedoso obtener un plato dulce con algo
que hasta hace poco se había utilizado exclusivamente como salado, sino que
además resulta bastante ecológico. El chocolate también se cultiva en la tierra,
pero la zanahoria sosiega las conciencias veganas y nada de revolucionario tendría
una tarta a base de cacao.
Lanzaremos panfletos tanto en la puerta de
cualquier tienda de cupcakes, como en
los barrios donde la cama más cómoda es un banco con respaldo, pues todos los
votantes, incluso los que suelen hacerlo en blanco, comparten un mismo
objetivo: comer. A nadie le amarga un dulce. Cuando la tarta haya engordado a
nuestras expensas, solo quedará celebrarlo lanzándola contra el pueblo.
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