domingo, 13 de marzo de 2011

Quizá, tal vez o a lo mejor

Quizá tengo que leerme para saber lo que pienso y quizá tengo que escribir para pensar. Quizá nunca me atrevo a pronunciarme del todo sobre nada y por eso necesito apoyarme en un adverbio, por eso tengo que escribir al comienzo de cada frase “quizá” o “tal vez” o alguna de esas malogradas palabras que acaban en “mente”, como posiblemente o probablemente. De este modo me descargo de parte de la responsabilidad, digo “a lo mejor” y la locución se convierte en mi testigo. Solo ella sabe el porcentaje que hay de cierto en mi discurso. Solo ella y nadie más, ni siquiera yo.

Tal vez es esto lo que intentaba decir, los adverbios se han apoderado de mi vida. ¿Lo veis? Lo han vuelto a hacer, dominan mi cabeza y mis manos que escriben. Tal vez se presentan cualquier día de estos armados y muero en mitad de un tiroteo. Tal vez una de esas pérfidas locuciones que acabo de mencionar, un “por sí o por no” me rebane la tapa de los sesos y se la restriegue por su cuerpo deleznable. O tal vez soy yo quien acabe con todos ellos y termino con esta incertidumbre, aunque quizá, tal vez o a lo mejor todavía no lo he decidido.

jueves, 10 de marzo de 2011

Un traspié

Lo cierto es que debería ensañarme con el primer procesador de textos que me desafíe, aunque en realidad sea yo el único que busca pendencia. Lo cierto es que debería escribir en tercera persona o en cuarta, para alejarme un poco de mí mismo. Podría inventarme una nueva desinencia verbal, incluso un género y un número y todavía no me habría distanciado lo suficiente. No me soporto y necesito compartir el tedio de vivir conmigo mismo. La gente no suele caerme bien, pero yo me caigo infinito peor. Aun cuando experimento esta misantropía de la que hablo, soy capaz de apiadarme de aquellos a los que les toca padecer la ardua tarea de tratarme. Entonces me e

Mientras redactaba este párrafo incompleto Conrad Desmond se tropezó con una tecla y se rompió el corazón. Murió en ese mismo momento, sin saber adónde irían a parar sus últimas palabras. La verdad es que yo tampoco lo sé y no debería ensañarme con el primer procesador de textos que me desafíe, porque ya ha caído la noche y es fácil que yo también me equivoque al teclear.