domingo, 14 de marzo de 2010

Una hoja en blanco



Una hoja en blanco es una palabra que todavía no se ha articulado. Una hoja en blanco es el prefacio de una hoja manchada de grafías. Se trata de la más pura relación de dependencia. El uno no se entiende sin el otro. El folio en blanco existe porque existe el folio en sucio, y viceversa. A veces el papel se resiste, y a su manera te suplica que por favor no corrompas su textura inmaculada. Otras no juega limpio y hace que la pluma se resbale y tropiece. Te obliga a anotar sílabas disonantes que luego tachas por vergüenza y, en el peor de los casos, acabas rindiéndote y lo dejas olvidado en cualquier rincón de tu escritorio, acompañando a otro montón de folios traicioneros condenados en una especie de vertedero de ideas fallidas. Sin embargo, hay días en los que incluso una servilleta podría sonreírte, y estaría dispuesta a absorber toda la tinta que arrojaras sobre ella. Es en esos días cuando la palabra se articula, cuando la suciedad puede resultar algo hermoso y el papel cuarteado cobra vida. Una hoja en blanco es un arma de fuego, si alguien escribe en ella se activa, y cada letra chirría como un gatillo atascado, hasta que de repente el que escribe cesa su tarea. (disparo) El público oye un disparo. El crimen se acaba de consumar. (pausa) Y ahora tú, deja de escuchar mi hoja en blanco antes de que apriete de verdad el gatillo.

jueves, 4 de marzo de 2010

Bostezo




Hace poco leí en el periódico que un hombre había aprendido a bostezar con la boca cerrada y que desde entonces había conseguido desarrollar una serie de paradójicas maniobras que le permitían realizar dos acciones opuestas a la vez, como por ejemplo, pestañear con los ojos abiertos, o gesticular y hacer aspavientos sin mover un solo músculo. En consecuencia, el hombre gastaba mucho menos tiempo y energía, ya que el trabajo de dos o más acciones lo condensaba en una sola. Por si semejante estupidez no fuera suficiente, además, este personaje se había dedicado a difundir sus experiencias hasta el punto de que la gente considerase anómalo cualquier acto que no cumpliese con alguna de aquellas contradicciones fisiológicas. Yo pensé que eso era imposible, tan absurdo como si alguien dijera que salta mientras sentado con las piernas cruzadas medita intentando alcanzar el nirvana. Pero, por si acaso la noticia era cierta, estos últimos días he ido con la mirada bien atenta en busca de alguien que abriera la boca sin mover los labios o que entrañara cualquiera de esos disparates. Examiné concienzudamente a cada individuo que se cruzaba en mi campo visual, y a pesar de la obstinación no dí con nadie que respondiera al perfil. Me sentí timada. Todo aquello me produjo tal desazón que, la otra noche, rendida y llena de hastío no pude por menos que arrastrarme sin rozar el suelo hasta tumbarme erguida en el sofá del salón y, dormirme despierta después de un bostezo en el que, seguramente por la desgana que todo este asunto me había causado, ni siquiera me inmuté en despegar los labios.