jueves, 8 de diciembre de 2011

El deseo: instrucciones de uso

Muere, muere, eso es lo que hay que decirle. Hay que amenazar de muerte para mantenerlo vivo. Te voy a matar, tienes que decirle. Te voy a matar mientras duermes, o mientras despiertas, con mis propias manos. Tengo que amenazarlo de muerte, como las consignas de los paquetes de tabaco, como las imágenes de pulmones descompuestos, de dientes amarillos, de esófagos consumidos, de fetos enfermos, que aparecen al lado de esas frases que nos advierten que fumar mata. El deseo también puede matar y si no puede es porque está muerto, el deseo, no el objeto. La única manera de mantenerlo con vida es jugar a aniquilarlo, ponerlo en un cable de alta tensión en mitad de una tormenta. Te voy a ahogar en cuanto cierres los ojos, dile, y esa es la más bella declaración que podrán obtener de ti.

Tú también déjate morir, pero déjate morir con dolor. No merece la pena de ninguna otra forma, pídele que te mate con la misma angustia que tú le puedes proporcionar. Suplícale que te mate y sufre de placer, y regocíjate con la agonía, y muere, morid mientras dormís y despertaos vivos.