jueves, 17 de noviembre de 2011

Sin cuerpo

Todavía esa sensación de cuerpo sin respuestas, sin resortes, sin estómago, sin corazón, sin corazón en el estómago, sin hipoteca, sin casa, sin dientes, sin comida, sin orden, sin comida entre los dientes, sin ropa interior, sin ropa anterior a la ropa interior, sin ti, sin nadie, sin él mismo, sin compañía, sin soledad, sin mirada, sin miradas hacia su no mirada, sin rumbo, sin aire, sin nariz, sin huellas dactilares, sin pisadas, sin tabaco, sin humo en los pulmones, sin pulmones, sin sentido, ni sinsentido, sin facciones, sin expresión, sin orejas, sin sonidos, sin ruido, sin música, sin sueño, sin vigilia, sin lepra de Calcuta, sin vida, sin tumba, sin oraciones, sin Dios, sin párrafos, sin nada, ni siquiera verbos que entorpezcan, que obstruyan, obstaculicen, imposibiliten, frustren, frenen, refrenen, estorben, agarroten, entumezcan y a la vez agilicen esta fragmentación de un cuerpo formado con restos de otros cuerpos que ya han muerto.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Rue de la Roquette

El chino cantonés y la francesa tienen una hija en común con marcados rasgos asiáticos, aunque él dice que en su cara se advierte la ascendencia occidental de su madre. Ella se crispa y lo niega. “Todo el mundo daría por sentado que es oriental”, dice. Él responde en un tono más calmado e insiste en que salta a la vista que no es totalmente oriental. Ella eleva la voz, se exaspera y repite que no es verdad. Parece que le culpe por ello, como si le hubiera robado las facciones europeas a su hija. Solo le falta llamarlo ladrón, ladrón de rostros. Clava la mirada en sus ojos orientales. A pesar de que se escondan detrás de unas gafas redondas, siguen siendo estirados.

Hace unos meses nació su nieta, que tiene los ojos de su abuelo, ojos de chino con los que la progenie de ella ha sido condenada a mirar. Lo peor es que sabe que sus ojos azules son débiles, que se tienen que apoyar en unas gafas oscuras en los días soleados, que a veces desenfocan cuando hay mucha luz. Lo peor es que sabe que tenía que ser así. Por eso el ladrón no se inmuta, se trata de un robo consentido.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

T., R. e I.

T. : No quiero volver a verte.

R.: ¿Cuándo dejamos de vernos entonces?

T.: No lo sé, ¿mañana?

R.: Mañana no me viene bien.

T.: Pues pasado mañana

R.: Está bien, quedamos en no vernos aquí mismo. (Pausa) ¿Qué pasa si te miro sin querer?

T.: No lo sé, yo ya te he dicho que no iba a volver a verte. No me enteraré si me ves por error.

R.: ¿Y qué pasa si tú también me miras por error, en el momento exacto en el que yo también me he equivocado?

T.: Podemos agachar la mirada muy rápido y hacer como si no hubiera pasado nada.

R.: ¿Has pensado en la posibilidad de que algún transeúnte sea testigo de esa escena?

T.: Si hay alguien mirando me darían ganas de mirarte.

R.: ¿Por qué?

T: Por imitación tal vez, porque una tercera mirada entorpecería y a la vez facilitaría el camino. No sé muy bien por qué, pero sé que entonces sí que querría mirarte.

R.: Ahora nadie nos mira.

R. no volvió a ver a T. después de eso, pero T. sí que le vio un día. Estaba dando un paseo con I. La mirada de T. avivó la de R. en la de I. y viceversa. T. no sintió rabia, ni celos, solo ansias de mirar.