jueves, 24 de julio de 2008

Puesta de sol


Se trata de apenas un minuto, quizás ni siquiera llegue a treinta segundos. El proceso entero es más largo, puede durar hasta veinte minutos pero el apogeo de una puesta de sol es un instante casi inapreciable. El color del cielo se vuelve más vivo que nunca, con un tono celeste que se va degradando cuando rompe con la línea del horizonte. Las nubes se van perdiendo tras los surcos que marcan unos finos rayos de luz, parecen manchas pintadas por un pincel impresionista. Unas acuarelas que se diluyen mientras desenfocan los edificios y la gente que pasea sin reparar en ellas o las que sí lo hacen y miran con ojos de lechuza. Los contornos vaporosos, blanquecinos y azulados, se aúnan en una misma línea salpicada con colores cálidos que se difuminan a medida que se van alejando del punto central, que es el sol disparando luciérnagas; diminutos puntos de luz que no hacen daño a la vista.

Puedes, sin darte cuenta, girarte en ese momento para pedir un café o para comentar lo hermoso que resulta el paisaje y perderte el súmmum de lo sublime. Es fácil que se te escape, como el tiempo indómito, que en este caso es especialmente reducido. Puede que permanezcas con la mirada fija desde que avistaste los primeros vestigios del esperado momento y cuando suceda te subyugue de tal manera que te entristezcas por no tener a nadie con quien compartirlo. O puede que prefieras abrazarte a algún desconocido que pasó a ser algo importante en tu vida y guardar vuestras sombras bajo el fondo de una puesta de sol en tu álbum de fotos.
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Voy a estar fuera hasta finales de Agosto. Cuando vuela seguiré aburriendo con mis fotogramas. Hasta entonces, feliz verano a todos.

jueves, 10 de julio de 2008

Puntos de color vino

Eran dos figuras que a simple vista parecían una sola. Él estaba pegado a ella como una serpiente enroscada a su presa, escrutando su cuello enerve y elegante, oprimiendo con sus manos rollizas sus pechos y susurrándole al oído tan bajito que ni siquiera él mismo comprendía lo que decía. Ella hacía fuerza con las piernas y el abdomen tratando de diluirse entre las sábanas. Él interpretaba esos impulsos de manera muy diferente a lo significaban en realidad. Entonces, cuando sentía la presión que ella hacía con las puntas de los dedos de los pies intentando separar sus cuerpos, él asía con más fuerza los pechos de la joven como si quisiera arrancárselos. Había estruendosos silencios en los que su cara de mártir provocaba si cabe más excitación en él. La habitación era blanca impoluta al igual que las sábanas y las cortinas, lo que contrastaba con aquellos dos cuerpos enfebrecidos de color vino y la exaltación de sus rostros que rompía la armonía mortecina. Ella se concentró en un punto fijo para calmar su marasmo pero todos los puntos que allí había salvo los que constituían sus siluetas, eran blancos. Su mirada se perdía y sus pupilas se ahogaban. Lloraba, lloraba por el dolor que producía aquella carne sebosa al rozar su piel asfixiándola, lo hacía sin fuerza en sus córneas y aún así las lágrimas empaparon su cara marchita. Lloraba en suspiros entrecortados para que nadie la oyera pero él no tardó en percatarse y paró en seco, luego vapuleó sus huesos como si fuera una muñeca de trapo girando su cuerpo para mirarla directamente a los ojos.

- ¿Qué pasa? ¿Estás llorando? – él fingió preocupación y contrajo los músculos de la cara esforzándose por llorar.

- Nada, no me pasa nada – hizo una pausa para inventar cualquier excusa – lloro de felicidad.

Ella mintió y él se lo creyó. Para entonces ya había conseguido sacar alguna lágrima falsa y los dos lloraron juntos de hipócrita felicidad, cada uno por sus motivos.

domingo, 6 de julio de 2008

Instantánea de un día de lluvia

El cielo es atacado por un pintor furioso que lo tiñe todo con tonos oscuros y añade manchas grisáceas por doquier. Los árboles advierten lo que se avecina y encogen sus hojas como bebés medrosos e indefensos. Éstos avisan a las hormigas y a los saltamontes, que se ocultan en sus escondrijos subterráneos. Los transeúntes están demasiado ocupados pensando en los problemas de la vida cotidiana y otras banalidades para percatarse de lo que está a punto de suceder. Las manchas grisáceas se entristecen, todo el mundo tiene días malos; incluso las nubes. El resultado es una panorámica lúgubre y quejumbrosa. El pintor furioso corona la hecatombe visual con unas enormes lágrimas que se desprenden de las manchas grisáceas e inundan la ciudad. Entonces las personas que hace un momento paseaban despreocupadas ahora buscan cobijo en cualquier porche o portal que encuentren a su paso. Aquéllos que viven en un frenetismo constante ni si quiera disponen de tiempo para prestar atención a una insignificante gota derramada sobre su rostro y siguen andando con ritmo acelerado como si nada hubiera pasado. Otros, más precavidos, desenfundan sus paraguas sin alarmarse. Algunos niños que juegan en el parque sonríen y abren la boca intentando absorber la mayor cantidad posible del líquido que cae del cielo, muchos de ellos cantan a lo Gene Kelly aunque todavía sean demasiado inocentes para saber de la existencia de una película llamada Cantando bajo la lluvia. Los jóvenes enamorados se exhiben abrazados, pegados el uno al otro en mitad de la calle embriagados por el romanticismo que provocan sus labios húmedos y sus cabellos mojados.

Mientras tanto tú solamente eres un mero espectador. Escuchas el sonido de las gotas al chocar contra el suelo, un sonido imperceptible para los demás pero tangible y elegante para ti. Te gusta que esas insignificantes partículas se expandan en el cristal de tu ventana y contemplar como forman entre ellas sobrios cuadros puntillistas. Sé que miras al cielo con nostalgia y que guardarías en un tarrito el perfume que salpica tus fosas nasales en ese mismo instante. Un aroma que te transporta a reminiscencias de momentos felices, que casi consigues olvidar si no hubiera sido por ese olor característico. Lo sé, sé que te gustan tanto como a mí los días de lluvia.

viernes, 4 de julio de 2008

Oscuridad melódica

El sofocante calor de una noche cualquiera de verano lo sumía en un taciturno estado de vigilia. Las gotas diminutas de sudor eran casi inapreciables pero lo suficientemente abundantes como para maquillar su rostro con ese tono brillante y húmedo tan característico en esa época del año. Su piel se pegaba a las sábanas y sus manos parecían estar a punto de derretirse. Normalmente solía dar vueltas sobre el lecho, retorciéndose, tanteando los dos lados de la cama con tal de conciliar el sueño. Pero esa noche ella dormía plácidamente a su lado, lo cual constituía una irresistible distracción que no hacía sino acrecentar su insomnio, disparando el funcionamiento de sus cinco sentidos para no perderse detalle de la imagen onírica, muy lejos de estar dispuesto a cerrar sus ojos. Rechazaría su sueño para concentrarse en el de ella. Sólo el cadencioso sonido de su respiración resultaba razón más que suficiente para pasar la noche en vela. Respiraba con la elegancia de un cisne al pasear sobre las aguas cristalinas del Sena, suave y lento como caricias rozando sus párpados. La musicalidad de cada suspiro acompasaba los latidos de su corazón y sus labios que se estremecían, jugando entre ellos sutiles y delicados. La penumbra no impedía que reparase hasta en el más insignificante detalle de su cuerpo, desde los mortecinos y finos dedos de sus pies hasta cada uno de los diferentes matices que su cabello adquiría desde esa luz en blanco y negro.

Al contemplarla desnuda tan relajada y tan frágil como una pompa de jabón, no pudo evitar acordarse del día en que se conocieron; cuando él escribió su nombre junto con su teléfono sobre una servilleta sucia y roída. Ella le gritó cuando se percató que había escrito Elena en lugar de Helena y él le contestó con el mismo tono impertinente que la ‘’h’’ en castellano era muda y ese afán por colocar letras innecesarias solamente sacaba a la luz un esnobismo innato que él ya sospechaba desde un principio. Entonces ella, enajenada y con la vena que le recorre el cuello y termina en su oreja izquierda a punto de explotar, profirió con un discurso sobre el sentido etimológico de su nombre que hacía que el castellano heredara a través del espíritu áspero del griego esa ‘’h’’ y acalló toda protesta posible. Desde ese momento se juró a si mismo no volver a ver a ese individuo tan extravagante y petulante como él. Y sin embargo, precisamente desde aquel instante no han vuelto a separarse. Helena entornó los ojos y realizó un fallido intento por incorporarse. La atenta mirada de su cómplice la había despertado.

-¿Qué pasa, Carlos? ¿Estás bien? – preguntó ella con su voz meliflua y aterciopelada.

-¿Cómo? ¡Me has despertado! Estaba durmiendo como un tronco – exclamó mientras fingía un estruendoso bostezo.

martes, 1 de julio de 2008

Fotogramas psicosomáticos


Era una ventana como otra cualquiera pero depende de la perspectiva y el lado en que la mires las vistas resultaban bien diferentes. Una opción mostraba a la profesora de economía predicando el sermón rutinario sobre políticas monetarias y otros conceptos incomprensibles. Contemplé el panorama que se presentaba, una veintena de alumnos ojerosos apoyados en sus pupitres dejando caer el peso de sus cuerpos, casi la mitad de la clase estaba completamente dormida, del resto; una parte posaba sus ojos en un punto fijo con la mirada perdida y la otra agachaba sus cabezas fingiendo prestar atención y leer atentamente el contenido del libro.

La segunda opción era mucho más tentadora. A través del cristal podía imaginarme un paisaje colorista. Pinté a niños jugando sobre un pantano y a parejas tumbadas en el césped observando un cielo azul cambiante que se movía al ritmo de una melodía de fondo. No alcancé a distinguir cual era exactamente la pieza, pero podría haber sido algo de Listz. Los colores se mezclaban entre sí y en unos segundos el cuadro ya se había transformado en otra imagen distinta. A través de esa ventana parecía que el tiempo se escapara en forma de breves capítulos de una historia, trazando con pincel vidas paralelas. Era como una secuencia de fotogramas de mis películas favoritas.