sábado, 18 de diciembre de 2010

Dnaskndskn

“Dnaskndskn”, podría decirlo tres veces más: dnaskndskn, dnaskndskn, dnaskndskn. No me canso de repetirlo. Hoy al despertarme he encontrado unos okupas en el salón y les he saludado así, estampándoles un “dnaskndskn” de buena mañana. No sé si me han entendido, de ser así les pediría que me lo explicaran. La verdad es que no tengo ni idea, quizá por eso lo proclamo a viva voz, dnaskndskn, a ver si atrapo algo de su significado. No, no hay manera, se me escapa. Entonces lo vuelvo a gritar, dnaskndskn, y me atraganto con las cuatro últimas letras. Sin embargo, no me rindo, articulo de nuevo la palabra mágica y uno que pasa en ese instante por allí me mira como si estuviese resfriada. Dnaskndskn, le respondo y esta vez él dice “salud”, como si dnaskndskn fuese un estornudo. Menuda estupidez, me siento ofendida. De todas formas, todavía no sé lo que es y tampoco estoy segura de lo que no es. Quizá sí que se trate de un estornudo.

Dnaskndskn, dnaskndskn, dnaskndskn, me repiquetea en los tímpanos. Me doy cuenta entonces de que dnaskndskn es el resultado de dar cabezadas frente al ordenador .Dnaskndskn, tecleo cada vez que me entra el sueño. Intento transcribirlo incorporada y usando las manos, pero me ahogo después de la única vocal y al morir mi cabeza cae sobre el teclado en la misma posición que cuando daba cabezadas. Lo peor de todo es que todavía no sé lo que significa , aunque mis últimas palabras sean una concatenación de dnaskndskn sin comas ni espacios entre ellas:

dnaskndskndnaskndskndnaskndskndnaskndskndnaskndskndnaskndskndnaskndskndnaskndskn.

martes, 7 de diciembre de 2010

Un hombre a un caparazón pegado



Resultó que en lugar de crecerle barba le creció un caparazón y pasó de lampiño a molusco. Ocurrió el día de su decimoquinto cumpleaños, creyó que se trataba de un regalo, igual que regalan libros, videojuegos o camisetas demasiado pequeñas. Le encantó despertar con una concha pegada a los omoplatos, las paredes internas estaban impregnadas de una sustancia parecida a la mantequilla, que le permitía moverse a sus anchas dentro del caparazón. Prefería su nuevo cuerpo al antiguo, sin duda alguna. Esa misma mañana se despidió de su familia, les dijo que iba a instalarse en su nueva cáscara. No se opusieron, tampoco le alentaron, se limitaron a mirarle como si fuese un manual de instrucciones para poner en marcha una lavadora. Allí mismo, ante los indolentes ojos de sus progenitores, se agachó y se escurrió por entre las sinuosas cavidades del armazón. Permaneció allí un par de eternidades hasta que un pie despistado tropezó e hizo añicos la cáscara. Ahora, mientras un pie le asfixia presionándole el abdomen, se arrepiente de no haber recibido una cuchilla de afeitar como regalo de cumpleaños, como mucho, habría acabado con algún que otro inocuo corte en las mejillas y no con cisuras casi imposibles de cicatrizar.

sábado, 20 de noviembre de 2010

El sebo ha llamado a mi puerta

De un día para otro adelgazó de forma abismal. No sé exactametne cuántos kilos había perdido, pero a mí me parecía que le habían arrancado de cuajo tres cuartas partes de su cuerpo. Me encogí de terror cuando la vi. Dormíamos en la misma habitación, la noche anterior, como de costumbre, la silueta de su trasero adiposo bajo las sabanas tapaba la mitad de la ventana y a la mañana siguiente se había consumido como un cigarrillo encendido. Yo no dije nada, a lo mejor ella todavía no se había dado cuenta; dejé que la convivencia transcurriese con el silencio habitual.

Un par de días después llegó a casa con dos amigas; van a quedarse a dormir, no será por mucho tiempo, espero que no te importe, me dijo. Si me hubiera importado tampoco habría podido recriminarle nada en ese momento, sonreí y contesté un «claro que no». Nunca me habló de esos dos personajes inopinados, voluminosos, grasientos y de rasgos bovinos. Habían acampado en el salón, con un par de colchonetas hinchables, allí dormían y vivían. A mí me daba miedo salir de la habitación, las oía gritar, que era el modo en el que mantenían conversaciones rutinarias sobre el elevado precio de las lechugas en el supermercado de la esquina, y me tapaba con el edredón para resguardarme de sus ataques fónicos. El timbre de voz era igual de estridente y punzante en las tres; de hecho, tenía la sensación de que era el de una única persona. Me aterroricé más aun cuando deduje que las dos nuevas inquilinas eran las tres cuartas partes de su cuerpo que había perdido de súbito y ahora aparecían repartidas en dos individuos. El sebo había llamado a mi puerta y se había atrincherado en el salón. Para combatirlo solo podía comérmelo, pero desde hace dos años no tomo carne humana. A lo mejor se van por voluntad propia, o a lo mejor me comen ellas a mí.

jueves, 28 de octubre de 2010

Tragicomedia

X: Esta noche tengo frío y nostalgia. Y tú no estás aquí para curarme ninguna de las dos cosas.

Y: Pues yo además de eso, sufro de insomnio.

X: Es evidente que yo tampoco puedo dormir. Pienso a deshoras.

Y: Cállate, no lo digas tan alto.

X: Si no gritase no me oirías. Estás demasiado lejos como para que te llegue el sonido.

Y: Es que no quiero que me llegue, porque entonces además de padecer insomnio, nostalgia y frío, me quedaré sin oído y lo único que escucharé sería tu voz retumbando en mi cabeza.

X: Pues cállate tú. No me respondas, acaba con esta conversación y yo no intentaré empezar otra ni hacer ningún soliloquio.

(Silencio y fundido en negro)

FIN DEL PRIMER Y ÚLTIMO ACTO

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Mi padre carece de habilidades motrices básicas

Cuando se disponía a atravesar las compuertas de salida en el metro algo falló, bien en las compuertas, bien en él, pues se cerraron antes de tiempo y lo partieron en dos. Los médicos, que nunca se habían enfrentado a un caso así, no lograron recomponerlo y el hombre tuvo que aprender a vivir separado en dos mitades. Toda su vida había sido diestro y apenas sabía manejarse con los apéndices izquierdos. La parte izquierda se encontraba en clara desventaja con la derecha. Hicieron un trato, el lado derecho se encargaría de cocinar y hacer las tareas de la casa mientras el izquierdo se cultivaba: leía, iba al cine, frecuentaba museos, escuchaba música clásica. Lo pactaron de esta manera porque confiaban en que en algún momento acabarían volviendo a constituir un único individuo y consideraron que era la mejor forma de continuar su formación. Pasaron los meses y un buen día un iluminado afirmó haber encontrado la solución. Los llevaron a un laboratorio y procedieron con la reunificación de las dos mitades. Los resultados fueron, a simple vista, altamente satisfactorios para ambas partes. Pero al cabo de unos días, la convivencia como un solo individuo se hizo insostenible. Después de haber vivido tanto tiempo partido en dos, ahora se sentía agobiado por partida doble. A la parte izquierda le hastiaba el espíritu controlador y ordenado de la parte derecha y a la derecha le abrumaban las conversaciones sobre arte moderno que a la izquierda le daba por empezar cuando se iban a dormir. Una noche, cuando el lado izquierdo hacía apología de Antoni Tàpies tuvieron una terrible discusión que se transformó en gritos y acabó en pelea. Se propinaron tales golpes que las mitades se desprendieron la una de la otra. Una vez separadas de nuevo, se abrazaron y no volvieron a verse nunca más. Ahora residen en apartamentos diferentes y llevan vidas simétricamente opuestas.

domingo, 29 de agosto de 2010

Mirar fijamente

Mi pasatiempo favorito es mirar fijamente. Lo apasionante de esta afición no depende del objeto o persona al que observo, sino de la intensidad con la que lo haga. Mirar fijamente requiere una concentración absoluta, tu ángulo de visión se reduce para centrarte en un punto concreto. Decir que has estado escrutando ojos y manos constituye un atentado contra el sagrado arte de la abstracción. Si miras fijamente no existen los árboles, los niños ni las nubes, solamente líneas y formas. He mirado fijamente desde que yo recuerde. La primera imagen que retuve en mi memoria fue la de las manos arrugadas de mi abuela haciéndome carantoñas. Unos dedos llenos de manchas y surcos profundos se agitaban frente a mí. El globo ocular parecía salírseme de su órbita, mis pupilas se dilataron de manera que mis ojos emulaban dos inmensos agujeros negros. Al principio mi familia se asustó.

—Mira a la niña, parece que te vaya a tragar con la mirada— dijo mi abuela.

Mi madre pegó un brinco y emitió un sonido extraño. Luego llegó mi padre, él no dijo nada, simplemente se unió a aquella perplejidad colectiva. El dramatismo de la escena me intrigaba cada vez más, por lo que poco a poco mi mirada se fue volviendo de una profundidad abismal. Era un círculo vicioso, aquello agravaba el estado de estupefacción en el que mis padres y mi abuela se hallaban sumidos y al mismo tiempo alimentaba mis ansias de mirar.

miércoles, 21 de julio de 2010

Cuarenta y cuatro grados

Cuarenta y cuatro grados a la sombra, cuarenta y cuatro grados a la sombra y yo con pantalón largo, se decía y se maldecía cuando caminaba hasta casa. En cuanto llegue me voy a quedar en bolas delante del aparato de aire acondicionado, repetía para sí mientras el calor ralentizaba sus pasos presurosos.

Le costó un mundo entero y media galaxia quitarse el pantalón, porque la capa de sudor que le recubría el cuerpo actuaba a modo de ventosa. Aunque lo que más le costó, después de haberse desecho también de la camiseta y de los calzoncillos fue desincrustarse esa capa de pegamento. Probó a rascarse con fuerza mientras intentaba ser succionado por el aparato de aire acondicionado. Apretaba cada vez más, pero el sudor se resistía. Resolvió despojarse de los calcetines e intentarlo luego. Éstos sí que cedieron, incluso al despedirse de los pies relamieron una generosa parte del pegamento. No obstante, todavía le quedaba demasiado en los pliegues que la piel hacía en sus costillas, en las arrugas de los ojos y en sus prominentes omóplatos. Esta vez no rascó, prácticamente limó, se lijó la piel con las uñas. Seguía teniendo calor y aún podía desnudarse más. Tal era su afán por desvestirse que acabó desollándose y cuando lo hallaron muerto pensaron que fue por el calor, por los cuarenta y cuatro grados. Pero yo creo que, en realidad, fue porque se desnudó demasiado y cuando se percató ni siquiera tuvo tiempo de resguardarse en un pedacito de pellejo.

domingo, 18 de julio de 2010

Las fumadoras

Lea y Lía son amantes y fumadoras compulsivas, las fumadoras. Se conocieron en el final de la barra de un bar, al lado de una máquina expendedora. Lía se peleaba con el botón de Marlboro y Lea le ofreció uno de los suyos. Entre las dos se acabaron el paquete en menos de una hora y resolvieron buscar otra máquina que les proporcionase droga sin rechistar. No la encontraron, el síndrome de abstinencia les llevo a buscar nicotina en los labios de la otra. Se succionaron la boca con exasperación con tal de calmar la continencia. Se lamieron los dientes y se desgastaron el esmalte amarillento. Casi se destrozan la mandíbula, se arrancan la lengua y casi se les desprenden las amígdalas. Cuando el alijo de tabaco de esa zona se acabó atacaron al cuello. Allí quedaba un poco de aire enrarecido, se comieron ese aire mutuamente hasta desangrarse, como un cigarrillo al expirar con las últimas caladas. Después del cuello libaron cualquier otro recoveco del cuerpo, sin ritmo y con la respiración viciada. No sabían quiénes era ni qué hacían allí en ese momento. Después de todo, la opción más factible es que ambas no fueran más que ceniza de distinto tabaco que hubiese ido a parar al mismo cenicero.

miércoles, 30 de junio de 2010

La luna se puede tomar a cucharadas*

Tumbado allí boca arriba estaba a punto de quitarse de la cabeza a Luna, su sonrisa escurridiza y su cuerpo retráctil cuando se le ocurrió fijarse en la luna. Esa noche estaba llena, igual que podría haber estado vacía, igual que Luna. No sabía realmente a qué jugaba, si es que jugaba a algo, o si sólo se limitaba a seguirle el juego. Tampoco sabía si, como la luna, ella tendría dos caras de las cuales mostrase únicamente una, ni si su cara oculta sonaría a Pink Floyd o constituiría un ruido como otro cualquiera, polvoriento y contaminante. Pensó en llamarla de nuevo, en ofrecerle compañía y conversaciones triviales para distraer el insomnio. Rechazó la idea al instante, hacía justo una semana de aquello, demasiado calculado, demasiado previsible y aburrido. Luna no aceptaría y si aceptaba lo haría sólo para confirmar sus sospechas: J. es un tipo acabado y soporífero. Vencería la vigilia conmigo en el sentido más literal posible, se dormiría nada más verme y jamás se volvería a despertar mientras yo estuviese delante, pensaba. Pero resulta imposible concentrarse, resulta imposible concentrarse si no es en ella en una noche como esta, cuando la luna está llena y vacía y me reta con el lado que no compuso Roger Waters, seguía cavilando J.

* o como cápsula cada dos horas.

sábado, 19 de junio de 2010

Demasiado

¿Conoces la sensación de hambre voraz que, prolongado durante un largo período de tiempo, se transforma en todo lo contrario, en plenitud hasta el hastío? Pues ese de ahí la padece. Lleva días sin ingerir ningún alimentio sólido. Únicamente bebe agua y café. Lleva días en la calle, fingiendo que vive, pero se muere poco a poco, porque todo a su alrededor le mata. Demasiadas personas, demasiados lugares, demasiadas opciones y nada de determinación. Elegir le mata, elegir entre tanta belleza. Aunque esté sumido en una especie de éxtasis estético, en una aparente felicidad y todo ahora sea cien veces mejor que cualquier cosa antes, ansía llegar al infierno de donde vino para deshacerse de la terrible carga de llenarse con el estómago vacío. Que Metistófeles me condene y no me deje alternativa, se repite cada día.

lunes, 31 de mayo de 2010

Las puertas hablan


Las puertas hablan, ¿no lo sabías? No es un lenguaje verbal y pocas veces suena. Las puertas hablan y no sólo crujen cuando envejecen, no sólo chirrían o generan un fragor si alguien las golpea con fuerza o el viento las abofetea. Más allá de los ruidos contingentes, las puertas hablan. Las puertas abiertas me dicen que puedo mirar si me apetece o incluso me invitan a atravesarla. Las que no están abiertas ni cerradas no saben lo que quieren, no quieren dormir pero dan cabezadas, susurran que no les importa mi presencia, pero prefieren mantener la distancia. Las cerradas buscan recluirse, duermen o se desnudan o se masturban. A veces lloran, llantos desgarrados como todos los que ocurren en la intimidad y a veces se ríen, pero de algo que les avergonzaría sacar a la luz, por eso se aíslan. Las puertas cerradas desquician porque no te dejan ver lo que hay tras ellas, aunque a veces son todo un alivio, porque también impiden que te vean. En mi casa hay tantas puertas cerradas, desde las de los armarios, pasando por el visillo de la cocina hasta las de las habitaciones. Creo que el vecino de arriba incluso ha bajado la persiana y ha echado además las cortinas. Así resulta imposible que podamos entablar un diálogo fluido. Es innegable que las puertas hablan, pero quién sabe lo que dicen las puertas cerradas y quién te has creído para abrirlas.

jueves, 27 de mayo de 2010

Buenas noches

Hoy no dormirás para no despertarte. Despertarse es el peor momento del día, la rutina más tediosa, lo que te recuerda que todas las mañanas de tu miserable vida tendrás que abrir los ojos y que cada maldita noche tendrás que cerrarlos. Despertarse no es más que la consumación del círculo, que coincide a su vez con el inicio. El jodido círculo que tiraniza. El Círculo en mayúsculas que nunca se acaba, el que empieza en una calle, termina en la misma y va avanzando en una única dirección, girando sobre una eterna conversación monotemática. Hoy no dormirás y te quedarás leyendo a oscuras, gimiendo con Henry Miller: onanismo y literatura como únicas vías de escape. Cuando te quemes los ojos y la entrepierna matarás el tiempo contando cada uno de los lunares cancerígenos que pululan como ratas a lo largo y ancho de tu cuerpo. Estás enfermo, o enferma. Yo qué sé, no tienes sexo y te mueres. Hoy no dormirás para no despertarte. O a lo mejor duermes —para no despertarte—. En cualquier caso, buenas noches, engendro.

sábado, 22 de mayo de 2010

Mi estufa

Siempre he sabido el día exacto en el que el invierno llega porque la estufa implora que la encienda. Es una estufa de pared, un mamotreto, una antigualla, pero aun así, me prendí de ella y la amo. La amo en diciembre, enero, febrero, marzo, incluso en abril. Durante los meses en los que florece nuestro amor, la habitación se convierte en un campo de batalla, nuestra guerra, nuestro cuerpo a cuerpo, mi espalda y su barriga abrasadora. Entro en casa con el cuerpo frío y púrpura como un batido de moras, franqueo el pasillo y luego la puerta: allí está ella, apuntándome con unos resquicios que despiden un calor demasiado sugestivo para resistirse. Me rindo y dejo que me derrita, que me funda, que me transforme en magma y sea yo también un venenoso foco de calor. Ella no me pide nada más que mi compañía. Yo la acompaño, pero un día sucede que me canso, le quito la respiración y la abandono. El invierno es un romance entre un cuerpo y una estufa hasta que la primavera los separe.

jueves, 13 de mayo de 2010

Pies de pianista


De todas las maneras que existen de caminar, mi favorita era, sin duda, la de él. Como buen músico, caminaba con pies de pianista, como si cada paso fuera una nota, como si los adoquines se transformasen en teclas, como si Liszt hubiese compuesto la sinfonía en si menor para que fuera tocada con la acera y no con el piano. Cuando subía las escaleras se estiraba, se tensaba como la cuerda del piano para luego destensarse y vibrar, percutiendo cada escalón y cada escalón a su vez lo batía a él, le inyectaba el sonido por las yemas de los dedos. Acto seguido, cuando despegaba el pie para dejarlo caer en el siguiente escalón, la presión se interrumpía por unos instantes y parecía que el sonido también. Pero inmediatamente después volvía a activarse y volvía a pisar, a vibrar, a sonar. Era un excelente músico, pero como viandante era aun mejor. Y de todas las maneras que existen de conquistar, mi favorita era, sin duda, la de él, porque seducía tocando el suelo con manos de plomo mientras caminaba el piano con sus pies de pianista.

martes, 27 de abril de 2010

¡PAMP!



Te humedeces los labios con la punta de la lengua y frotas uno con el otro. Esperas tres segundos y labio inferior y superior se sumen en una batalla presionando cada uno hacia un lado, hasta que finalmente se despegan y generan un estruendoso y musical “Pamp”. P-A-M-P. Es un infalible vocativo, la más espectacular expresión de sorpresa o una contundente muestra de asentimiento. “Pamp”, pronúncialo, exclámalo donde sea, en mitad de la calle, en el metro, en el trabajo, delante de todos, o de nadie, en una habitación cerrada sin muebles, donde el mágico fenómeno de la reverberación lo magnifique, como si lanzases una pelota de tenis y la pared te la devolviera. “Pamp”; “Pamp, pamp, pamp”, como un disparo, como si escupieses balas por la boca, balas melódicas e inofensivas, que se convierten en caricias al contacto con la piel. P-A-M-P, como un grito de auxilio y una salvación al mismo tiempo. Percíbelo como la bocanada de aire fresco que decía aspirar Woody Allen en Delitos y faltas cada vez que veía Cantando bajo la lluvia. “Pamp”, hazlo, por lo menos cada dos meses para mantenerte de buen humor. La normativa no lo contempla como onomatopeya, pero no hagas caso, Pampiza a todas horas. Pampiza a los gramáticos, pampízame, pampízanos.

miércoles, 21 de abril de 2010

Capuccino


Érase un café con leche que nunca se enfriaba. Lo compraron en una de esas cafeterías fabricadas en cadena en cualquier parte del mundo y lo dejaron en una esquina detrás de un banco en la estación de metro. Apenas le habían dado dos sorbos cuando lo abandonaron, así, tal cual, casi desnudo. Le habían despojado de la tapa de plástico que le cubría a modo de sombrero y habían roído parte del borde del vaso de papel. Una vez allí, solo y sucio el café no podía deshacerse de la imagen de la violación que acababa de sufrir. Construyó una especie de pared a su alrededor hecha de un vapor denso y asfixiante. La ira y la impotencia que arrastraba hacía que su temperatura corporal se mantuviera caliente. Todo él emanaba un calor sofocante. Y aún después de casi una semana seguía conservando el aspecto humeante de un café recién hecho. Los días pasaban como si los midiera un reloj atrasado, que retrocede de vez en cuando y avanza con pies de tortuga. No dejaba de pensar en cuánto le hubiera gustado nacer en una taza de porcelana y haber tenido una efímera existencia dentro de una cafetería, con una muerte corriente en la boca de algún ejecutivo solitario. O directamente no haber nacido, o no haber pasado del estadio de un grano de café, como mucho café molido, pero nada más.

Ahora lo único que puede esperar es que algún pié torpe lo derrame, o que alguien vierta en él otro café y se mezclen para combatir la soledad. Eh, por ahí pasa una chica con un chocolate caliente. “Café con chocolate, es una buena combinación” pensó para sus adentros mientras rezaba para que el vaso se le cayera de las manos.

domingo, 18 de abril de 2010

No soy cojo

Me duele el pie que no tengo. Precisamente me duele por eso, porque me lo acaban de amputar y siento una punzada insoportable donde se acaba la espinilla, en el hueco entre el suelo y mi pierna, donde debería estar el pie que ya no está. Me duele tanto que preferiría que me amputaran también el otro para repartir el sufrimiento de la ausencia.

Se pilla antes a un mentiroso que a un cojo. Por eso, antes de terminar la segunda frase ya os habréis dado cuenta de que en realidad, no es el pié derecho lo que me falta sino el resto del cuerpo. No soy cojo, soy todo lo contrario y además mentiroso. No es de extrañar que mi cuerpo me abandonara, que él mismo se mutilara y me dejara solo con la parte más débil y fea: el pie derecho lleno de llagas y fácil de pisotear. No soy cojo, soy un pie sin cuerpo agonizando.

lunes, 12 de abril de 2010

Jodido humo

Una calurosa noche de invierno unos tipos improvisaban jazz en un callejón. Pero lo que más resonaba en mi cabeza no era la melodía espontánea que emanaba el saxo, el piano o el chelo, sino el humo. Ese jodido humo que viciaba el ambiente y me apuñalaba el oído con sus partículas de polvo afiladas. Todos los allí presentes miraban a través de sus gafas de pasta y despedían humo por cada uno de los orificios de su cuerpo. Humo propagándose por los resquicios de la dentadura en las bocas sonrientes. Humo en forma de moco viscoso propulsado por las fosas nasales. Humo perforando tímpanos. Humo colándose por las retinas. Y después de unos minutos, humo expelido por el saxo, por el piano y por el chelo. Cuando quise huir me di cuenta de que mis pómulos estaban más marcados de lo normal, y que había perdido, por lo menos, tres kilos de grasa desde que llegué allí. Me estaba consumiendo. Me volvía alargado y filiforme, como si dentro de poco fuera a levitar, como un personaje de El Greco. Ahora no sé dónde estoy. Lo último que recuerdo es que tosí; humo denso y negro que me dio ganas de bailar algo de jazz.

lunes, 5 de abril de 2010

Pelusas


Hola, soy la pelusa que se esconde debajo de tu cama y no quiere salir. Retengo a cualquier otra mota de polvo que se asome por aquí. Al principio estaba sola, pero al cabo de unos días este rincón se convirtió en un pequeño orfanato de pelusas. Constituimos una familia que, en menos de un mes, ya cuenta con un gigantesco árbol genealógico. La principal diferencia entre las familias que residen debajo de la cama y las que llevan su vida en la parte de arriba es el movimiento. Mientras desde abajo observamos hordas de pies que deambulan de un lado a otro, que corren, bailan y saltan, nosotras no tenemos el más mínimo interés en desplazarnos, ni siquiera dentro del espacio delimitado por el somier. Es más, nos esforzamos por incrustarnos al suelo. Intentamos por todos los medios pegarnos a la superficie de tal manera que pasemos a formar parte de ella. Qué bella fusión. Envidiamos en secreto a las manchas, especialmente a las de debajo de la cama. Su esperanza de vida es un 60% más alta que la nuestra. A menudo, cuando cambiáis las sábanas, hacéis temblar las patas de la cama. Todas expectantes alzamos la vista suplicando que la pata se eleve y al caer nos aplaste. Si esto ocurre no morimos, sólo abandonamos nuestra condición de pelusas. Se trata del estado más a parecido a una mancha al que podemos aspirar. Aún así, sabemos que no tardaremos mucho en morir. He oído que alguna vez las pelusas de debajo de la cama aliadas con las manchas y las migas de pan han conseguido expandir su área de influencia hasta niveles impensables, y juntas han logrado deshacerse de la presencia amenazante de los de arriba. Pero puede que no sea más que un rumor. Además, creo que voy a callarme ahora mismo. El cepillo y la fregona descansan a una pared de distancia. Nunca podrás imaginar cuánto temo que me escuchen

domingo, 14 de marzo de 2010

Una hoja en blanco



Una hoja en blanco es una palabra que todavía no se ha articulado. Una hoja en blanco es el prefacio de una hoja manchada de grafías. Se trata de la más pura relación de dependencia. El uno no se entiende sin el otro. El folio en blanco existe porque existe el folio en sucio, y viceversa. A veces el papel se resiste, y a su manera te suplica que por favor no corrompas su textura inmaculada. Otras no juega limpio y hace que la pluma se resbale y tropiece. Te obliga a anotar sílabas disonantes que luego tachas por vergüenza y, en el peor de los casos, acabas rindiéndote y lo dejas olvidado en cualquier rincón de tu escritorio, acompañando a otro montón de folios traicioneros condenados en una especie de vertedero de ideas fallidas. Sin embargo, hay días en los que incluso una servilleta podría sonreírte, y estaría dispuesta a absorber toda la tinta que arrojaras sobre ella. Es en esos días cuando la palabra se articula, cuando la suciedad puede resultar algo hermoso y el papel cuarteado cobra vida. Una hoja en blanco es un arma de fuego, si alguien escribe en ella se activa, y cada letra chirría como un gatillo atascado, hasta que de repente el que escribe cesa su tarea. (disparo) El público oye un disparo. El crimen se acaba de consumar. (pausa) Y ahora tú, deja de escuchar mi hoja en blanco antes de que apriete de verdad el gatillo.

jueves, 4 de marzo de 2010

Bostezo




Hace poco leí en el periódico que un hombre había aprendido a bostezar con la boca cerrada y que desde entonces había conseguido desarrollar una serie de paradójicas maniobras que le permitían realizar dos acciones opuestas a la vez, como por ejemplo, pestañear con los ojos abiertos, o gesticular y hacer aspavientos sin mover un solo músculo. En consecuencia, el hombre gastaba mucho menos tiempo y energía, ya que el trabajo de dos o más acciones lo condensaba en una sola. Por si semejante estupidez no fuera suficiente, además, este personaje se había dedicado a difundir sus experiencias hasta el punto de que la gente considerase anómalo cualquier acto que no cumpliese con alguna de aquellas contradicciones fisiológicas. Yo pensé que eso era imposible, tan absurdo como si alguien dijera que salta mientras sentado con las piernas cruzadas medita intentando alcanzar el nirvana. Pero, por si acaso la noticia era cierta, estos últimos días he ido con la mirada bien atenta en busca de alguien que abriera la boca sin mover los labios o que entrañara cualquiera de esos disparates. Examiné concienzudamente a cada individuo que se cruzaba en mi campo visual, y a pesar de la obstinación no dí con nadie que respondiera al perfil. Me sentí timada. Todo aquello me produjo tal desazón que, la otra noche, rendida y llena de hastío no pude por menos que arrastrarme sin rozar el suelo hasta tumbarme erguida en el sofá del salón y, dormirme despierta después de un bostezo en el que, seguramente por la desgana que todo este asunto me había causado, ni siquiera me inmuté en despegar los labios.

miércoles, 17 de febrero de 2010

(Inserte aquí un silencio)

El silencio es el sonido de la soledad. Por eso, el silencio en compañía a menudo se me antoja un incómodo aislamiento colectivo. Uno siempre intenta evitarlo si tiene a alguien al lado. Trata de quebrarlo cuanto antes, porque si espera un poco más, cada sílaba que se pronuncie sonará igual que un acorde desafinado y todas esas notas sólo aspirarán a conformar un ruido de fondo, como una conversación sobre el tiempo o una reflexión absurda acerca de teteras. En ocasiones, incluso cuando estamos solos sentimos la obligación de romperlo, encendemos la tele o fingimos escuchar el primer programa de radio que aparezca. De esa forma lo enmascaramos con un falso eco que actúa como placebo de la soledad. En situaciones sociales la mecánica es distinta: hay que acabar con el silencio sencillamente porque está mal visto. Hay que aniquilarlo, porque en un escenario donde el silencio no sólo no está mal visto sino que además se considera algo positivo la falta de palabras se traduce como un exceso de confianza. Los excesos también están tildados de forma negativa por la sociedad. Concretamente, de la confianza llegan a decir que da asco. Y como no queremos que se nos juzgue ni mucho menos pecar de algo tan repugnante como la confianza, hablamos y hablamos. Hablamos por miedo, para no escuchar lo únicamente expresable mediante silencios [pausa] como este en el que acabo decir lo que no se puede ni me atrevo a manifestar en forma de fonemas.

viernes, 22 de enero de 2010

Lo bueno si breve dos veces bueno

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Relato para Villayna

Lo bueno si breve, dos veces bueno. ¿Entonces, lo malo si extenso, dos veces malo?

El señor canoso, sentado al final de la barra con un vaso de whisky entre sus manos, sólo parpadea media jornada e intenta que nada resulte ni demasiado largo ni demasiado corto, porque los extremos se tocan y él siempre prefirió el punto medio. Ocurre lo mismo con el vaso que estruja con sus dedos decrépitos, que únicamente está medio vacío o medio lleno, nunca raso ni vacío por completo. Vive en la penumbra, bajo el foco de una luz casi encendida, casi apagada. Aún así, el hombre canoso se esfuerza por irradiar un poco más de luz, con la esperanza de fundir la corriente eléctrica y apagarse para siempre, porque lo que funciona a medio gas se tacha como producto de baja calidad, y el señor canoso no es feliz con su lámpara que ni ilumina ni oscurece. Aunque por más que lo intenta, el anciano sólo alcanza a titilar entre sorbo y sorbo, mientras su vaso se va medio vaciando. Y el camarero lo medio llena, a petición suya. Qué curioso, cada paso que da es otro que retrocede. Creo que no quiere consumirse y acabar consigo mismo y con el puñetero whisky. En el fondo sólo busca que lo bueno si prolongado siga siendo bueno, y que lo malo sea breve, que no dos veces malo.

domingo, 17 de enero de 2010

Diez minutos de retraso

De todos mis pacientes, Carlos era, sin duda, el más excéntrico. Estaba obsesionado con el tiempo. Durante unos minutos dejé de escucharle, y cuando retomé la conversación me volví a encontrar con el mismo tema

Hoy por ejemplo, casi llego una hora tarde a tu consulta. He salido de mi casa creyendo que aún quedaba más de una hora para la cita acordada. Mi reloj marcaba las cinco en punto y habíamos quedado a las seis y media. Me apetecía pasear y respirar aire fresco, de no haberme fijado en el reloj del banco que está frente a mi edificio y comprobar que no eran las cinco, sino, las seis se hubiera producido una catástrofe. Resulta que por una razón desconocida mi reloj se había atrasado. Imagina que no me percato de la hora que marcaba el reloj del banco y pospongo nuestra cita pudiendo haber aprovechado hoy para verte y desperdiciando así un día entero.

Sólo es un día de los miles que tienes por vivir.

¿A ti no te preocupa? Piensa que si no hubiera llegado a tiempo, cosa muy probable, también tú hubieras desperdiciado la tarde de hoy porque tendrías un hueco en tu horario.

Dirigí la vista al reloj de pared. No sé por qué. Fue un acto inconsciente.

Ya sé que ha pasado más de una hora y que tienes que deshacerte de mí, por decirlo de alguna forma, no te lo tomes a mal. Porque si no, tendrás que sumar esos cinco minutos en los que te demoraste a tu próxima consulta. Lo que significaría retrasar cinco minutos todas las citas que tengas esta tarde y terminar tu trabajo cinco minutos después de lo previsto o quizás algo más, si empleas, como en mi caso, más tiempo del que pensabas en otros clientes. Pueden parecer sólo unos insignificantes minutos pero son muchos si los agrupas con todos los que has perdido a lo largo del día. Tempus fugit, Julio. Así que no te entretendré más. Dime qué día tengo que venir y arreglado. ¿Podría ser dentro de una semana, tal día como hoy a la misma hora?

Sí, eso es lo que había pensado.

Pues no se hable más. Hasta luego, ha sido un placer. Me caes bien. Me voy que, como ya he dicho, el tiempo vuela

No pude decir nada. Ni siquiera un mísero ‘’Hasta luego’’ de despedida. Me dejó con un sabor amargo que me hacía dudar de mi capacidad como psicólogo y con el insolente tic-tac de un reloj que ahora indicaba diez minutos de retraso en lugar de cinco. Aún así creo que me apetecía volver a verle.