viernes, 22 de enero de 2010

Lo bueno si breve dos veces bueno

Video thumbnail. Click to play
Click to Play
Relato para Villayna

Lo bueno si breve, dos veces bueno. ¿Entonces, lo malo si extenso, dos veces malo?

El señor canoso, sentado al final de la barra con un vaso de whisky entre sus manos, sólo parpadea media jornada e intenta que nada resulte ni demasiado largo ni demasiado corto, porque los extremos se tocan y él siempre prefirió el punto medio. Ocurre lo mismo con el vaso que estruja con sus dedos decrépitos, que únicamente está medio vacío o medio lleno, nunca raso ni vacío por completo. Vive en la penumbra, bajo el foco de una luz casi encendida, casi apagada. Aún así, el hombre canoso se esfuerza por irradiar un poco más de luz, con la esperanza de fundir la corriente eléctrica y apagarse para siempre, porque lo que funciona a medio gas se tacha como producto de baja calidad, y el señor canoso no es feliz con su lámpara que ni ilumina ni oscurece. Aunque por más que lo intenta, el anciano sólo alcanza a titilar entre sorbo y sorbo, mientras su vaso se va medio vaciando. Y el camarero lo medio llena, a petición suya. Qué curioso, cada paso que da es otro que retrocede. Creo que no quiere consumirse y acabar consigo mismo y con el puñetero whisky. En el fondo sólo busca que lo bueno si prolongado siga siendo bueno, y que lo malo sea breve, que no dos veces malo.

domingo, 17 de enero de 2010

Diez minutos de retraso

De todos mis pacientes, Carlos era, sin duda, el más excéntrico. Estaba obsesionado con el tiempo. Durante unos minutos dejé de escucharle, y cuando retomé la conversación me volví a encontrar con el mismo tema

Hoy por ejemplo, casi llego una hora tarde a tu consulta. He salido de mi casa creyendo que aún quedaba más de una hora para la cita acordada. Mi reloj marcaba las cinco en punto y habíamos quedado a las seis y media. Me apetecía pasear y respirar aire fresco, de no haberme fijado en el reloj del banco que está frente a mi edificio y comprobar que no eran las cinco, sino, las seis se hubiera producido una catástrofe. Resulta que por una razón desconocida mi reloj se había atrasado. Imagina que no me percato de la hora que marcaba el reloj del banco y pospongo nuestra cita pudiendo haber aprovechado hoy para verte y desperdiciando así un día entero.

Sólo es un día de los miles que tienes por vivir.

¿A ti no te preocupa? Piensa que si no hubiera llegado a tiempo, cosa muy probable, también tú hubieras desperdiciado la tarde de hoy porque tendrías un hueco en tu horario.

Dirigí la vista al reloj de pared. No sé por qué. Fue un acto inconsciente.

Ya sé que ha pasado más de una hora y que tienes que deshacerte de mí, por decirlo de alguna forma, no te lo tomes a mal. Porque si no, tendrás que sumar esos cinco minutos en los que te demoraste a tu próxima consulta. Lo que significaría retrasar cinco minutos todas las citas que tengas esta tarde y terminar tu trabajo cinco minutos después de lo previsto o quizás algo más, si empleas, como en mi caso, más tiempo del que pensabas en otros clientes. Pueden parecer sólo unos insignificantes minutos pero son muchos si los agrupas con todos los que has perdido a lo largo del día. Tempus fugit, Julio. Así que no te entretendré más. Dime qué día tengo que venir y arreglado. ¿Podría ser dentro de una semana, tal día como hoy a la misma hora?

Sí, eso es lo que había pensado.

Pues no se hable más. Hasta luego, ha sido un placer. Me caes bien. Me voy que, como ya he dicho, el tiempo vuela

No pude decir nada. Ni siquiera un mísero ‘’Hasta luego’’ de despedida. Me dejó con un sabor amargo que me hacía dudar de mi capacidad como psicólogo y con el insolente tic-tac de un reloj que ahora indicaba diez minutos de retraso en lugar de cinco. Aún así creo que me apetecía volver a verle.