lunes, 31 de mayo de 2010

Las puertas hablan


Las puertas hablan, ¿no lo sabías? No es un lenguaje verbal y pocas veces suena. Las puertas hablan y no sólo crujen cuando envejecen, no sólo chirrían o generan un fragor si alguien las golpea con fuerza o el viento las abofetea. Más allá de los ruidos contingentes, las puertas hablan. Las puertas abiertas me dicen que puedo mirar si me apetece o incluso me invitan a atravesarla. Las que no están abiertas ni cerradas no saben lo que quieren, no quieren dormir pero dan cabezadas, susurran que no les importa mi presencia, pero prefieren mantener la distancia. Las cerradas buscan recluirse, duermen o se desnudan o se masturban. A veces lloran, llantos desgarrados como todos los que ocurren en la intimidad y a veces se ríen, pero de algo que les avergonzaría sacar a la luz, por eso se aíslan. Las puertas cerradas desquician porque no te dejan ver lo que hay tras ellas, aunque a veces son todo un alivio, porque también impiden que te vean. En mi casa hay tantas puertas cerradas, desde las de los armarios, pasando por el visillo de la cocina hasta las de las habitaciones. Creo que el vecino de arriba incluso ha bajado la persiana y ha echado además las cortinas. Así resulta imposible que podamos entablar un diálogo fluido. Es innegable que las puertas hablan, pero quién sabe lo que dicen las puertas cerradas y quién te has creído para abrirlas.

jueves, 27 de mayo de 2010

Buenas noches

Hoy no dormirás para no despertarte. Despertarse es el peor momento del día, la rutina más tediosa, lo que te recuerda que todas las mañanas de tu miserable vida tendrás que abrir los ojos y que cada maldita noche tendrás que cerrarlos. Despertarse no es más que la consumación del círculo, que coincide a su vez con el inicio. El jodido círculo que tiraniza. El Círculo en mayúsculas que nunca se acaba, el que empieza en una calle, termina en la misma y va avanzando en una única dirección, girando sobre una eterna conversación monotemática. Hoy no dormirás y te quedarás leyendo a oscuras, gimiendo con Henry Miller: onanismo y literatura como únicas vías de escape. Cuando te quemes los ojos y la entrepierna matarás el tiempo contando cada uno de los lunares cancerígenos que pululan como ratas a lo largo y ancho de tu cuerpo. Estás enfermo, o enferma. Yo qué sé, no tienes sexo y te mueres. Hoy no dormirás para no despertarte. O a lo mejor duermes —para no despertarte—. En cualquier caso, buenas noches, engendro.

sábado, 22 de mayo de 2010

Mi estufa

Siempre he sabido el día exacto en el que el invierno llega porque la estufa implora que la encienda. Es una estufa de pared, un mamotreto, una antigualla, pero aun así, me prendí de ella y la amo. La amo en diciembre, enero, febrero, marzo, incluso en abril. Durante los meses en los que florece nuestro amor, la habitación se convierte en un campo de batalla, nuestra guerra, nuestro cuerpo a cuerpo, mi espalda y su barriga abrasadora. Entro en casa con el cuerpo frío y púrpura como un batido de moras, franqueo el pasillo y luego la puerta: allí está ella, apuntándome con unos resquicios que despiden un calor demasiado sugestivo para resistirse. Me rindo y dejo que me derrita, que me funda, que me transforme en magma y sea yo también un venenoso foco de calor. Ella no me pide nada más que mi compañía. Yo la acompaño, pero un día sucede que me canso, le quito la respiración y la abandono. El invierno es un romance entre un cuerpo y una estufa hasta que la primavera los separe.

jueves, 13 de mayo de 2010

Pies de pianista


De todas las maneras que existen de caminar, mi favorita era, sin duda, la de él. Como buen músico, caminaba con pies de pianista, como si cada paso fuera una nota, como si los adoquines se transformasen en teclas, como si Liszt hubiese compuesto la sinfonía en si menor para que fuera tocada con la acera y no con el piano. Cuando subía las escaleras se estiraba, se tensaba como la cuerda del piano para luego destensarse y vibrar, percutiendo cada escalón y cada escalón a su vez lo batía a él, le inyectaba el sonido por las yemas de los dedos. Acto seguido, cuando despegaba el pie para dejarlo caer en el siguiente escalón, la presión se interrumpía por unos instantes y parecía que el sonido también. Pero inmediatamente después volvía a activarse y volvía a pisar, a vibrar, a sonar. Era un excelente músico, pero como viandante era aun mejor. Y de todas las maneras que existen de conquistar, mi favorita era, sin duda, la de él, porque seducía tocando el suelo con manos de plomo mientras caminaba el piano con sus pies de pianista.