Entren de puntillas, pasen y vean, jornada de
puertas cerradas en este museo público de la clandestinidad. No es tanto una
cuestión de pudor, lo que ocurre es que no entiendo cómo hay quienes pueden vivir
sin misterio. Lo que me asusta no es solo la falta del misterio propio. Me
aterrorizan aún más las consecuencias que acarrea optar por una existencia tan
explícita, pues supone el rechazo o la indiferencia hacia el misterio
ajeno. No entiendo cómo tantos se interesan por lo desvelado y tan pocos por lo velado. El que ostenta busca lo ostensible y rechaza cualquier manifestación
latente. La latencia no deja de manifestarse, es mi estado natural, vivo con
una enfermedad cuyos síntomas permanecen ocultos para la mayoría, sobre todo
para mí, o más bien, se muestran ocultos. No sé cuáles son, tampoco me importa.
No quiero un diagnóstico, tampoco estar enferma. Prefiero estar latente y
asomarme a la latencia de otros, aunque sea tan difícil encontrarla en un mundo
de enfermos ex profeso, enfermos de profesión. Yo no ejerzo de enferma, gozo de
una salud patógena.
1 comentario:
Un mundo latente. Bonita idea. Un museo velado encantador, ha sido un placer la visita no-guiada. Gracias, saludos.
Publicar un comentario