sábado, 3 de enero de 2009

Fragmentos incompletos

Mientras hablaba, Carlos apuntaba su nombre completo en un trozo de papel. Ella lo observaba intrigada. Cuando le enseñó su garabato para comprobar si lo había escrito correctamente, Helena apretó los dientes y arrugó los labios. Con gesto iracundo pero fingiendo cortesía se dirigió de nuevo a él.

- Helena se escribe con ‘’h’’

- En Inglaterra, pero en castellano la ‘’h’’ es prescindible.

-¿Me estás diciendo cómo tengo que escribir mi nombre? – elevó el tono de voz.

- Me parece cursi ponerle ‘’h’’ cuando en el lenguaje oral no se aprecia. ¿Para qué quieres recargarlo con grafías que no suenan?

- Está aceptado de las dos maneras y a mí me gusta así. Además según tu teoría deberíamos eliminar la ‘’h’’ del castellano.

- No, cuando va detrás de una ‘’c’’ sí que es útil. Para el resto de los casos, es innecesaria.

- Me niego a trabajar con un terrorista de la etimología que me llama Helena sin ‘’h’’

- ¡Pero si suena igual! Si no te lo hubiera escrito ni siquiera te habrías dado cuenta. Te has delatado tú misma.

Discutieron un poco más hasta que Carlos cedió y colocó una ‘’h’’ donde ella le indicaba. Luego siguieron hablando, Carlos le contó sus peripecias de cuando trabajaba en la redacción y ambos se sumergieron en una conversación de sueños frustrados.

- ¡Periodista tenías que ser! Sólo a alguien así se le ocurriría la idea tan descabellada de cambiar todo el léxico español para ajustarlo a su propia ortografía.

3 comentarios:

Mario Pina dijo...

El pragmatismo nos persigue, aunque muchos creamos (falsamente) escapar. Se creen los escritores que el pragmatismo es su enemigo, que "el arte por el arte" es la respuesta, que las haches son bonitas y el amor inexplicable.

Bien, yo huyo habitualmente del pragmatismo. Me gusta creer que actuo y escribo guiado mayormente por mi instinto. Pero no. Escribo porque lo necesito; actuo de una determinada manera porque me beneficia; como macarrones porque me gustan; incluso el amor, si lo despojas del romanticismo y lo simplificas a su mínimo común múltiplo, es, visto desde una concepción pragmática, el modo de conservación de la especie. El amor induce al sexo y el sexo a la descendencia. Y a la descendencia suele gustarle los macarrones.

Helena se enfadó con Carlos porque éste jugó con su identidad, arrancándole algo que le era suyo, su hache. Helena, en el fondo y como todos, es una pragmática romanticona.

Corven Icenail dijo...

Yo suelo tratar así a mi esposa en muchas ocasiones, y se me tilda bastante cómico el cómo me decanto y llego a límites paranoicos cuando ella comete el menor error ortográfico. Luego de unrato siempre pienso....

"Ni que yo tuviese taaaan buena ortográfía "

Pero igual, jajajaja, sigue siendo un lindo relato, corto y enternecedor en su forma...

Uno o dos saludos...

Yeray García dijo...

Se me ha ocurrido una idea que haría innecesaria la alteración personal de nuestro idioma que todos realizamos.

Que cada persona creara su propio idioma.

Yo ya tengo las bases del mío. Los adverbios de tiempo sólo se refirirían al futuro, no existiría la tercera persona, todos los adjetivos serían positivos y no existirían los sustantivos "guerra", "enemigo" y "abubilla".

Saludos, fotógrafa psicosomática.