–A buenas horas, mangas verdes.
–¿No ves que mi
camisa es de color azul?
–Déjate de
tonterías y no mezcles aserrín con pan rallado.
–Pero si no como
pan, soy celíaco.
–Es que a ti siempre hay
que darte de comer aparte.
–Podemos comer los
dos algo de carne, ¿qué te parece?
–Que no quiero que
me den gato por liebre.
–¿De dónde te has
sacado lo de los gatos?
–Pues de que tú y
yo nos llevamos como el perro y el gato.
–Mi perro murió
hace meses y lo pasé muy mal. Se tragó el pienso para gatos envenenado que había preparado para el minino del vecino que se colaba en mi casa. Ni se te ocurra bromear con
eso.
–¿Sabes lo que te
digo? Que muerto el perro se acabó la rabia.
–¿Ah sí? Pues resulta que la rabia no se ha acabado porque ahora mismo me están
entrando ganas de darte dos buenas tortas.
–Buena idea; a
falta de pan, buenas son tortas.
–Ya estoy harto, me
voy.
–No te pongas así,
solo te estoy buscando las cosquillas.
–Pues no me hace
ninguna gracia.
–Es que no tienes que tomarte las cosas al pie de la letra.
–Las letras, en todo caso, tienen serifas, no pies. Déjame de una vez.
– En fin, yo sí que me he cansado de escucharte. Me voy con la música a otra parte. Anda, sin haberlo planeado me ha salido un pareado.
–Bueno, de perdidos al río. Si no puedes con el enemigo, únete a él; así que donde digo digo, no digo digo, sino digo Diego. Rectificar es de sabios y yo me he dado cuenta de que como no por mucho madrugar amanece más temprano, más vale tarde que nunca.
2 comentarios:
Las conversaciones entre lechugas siempre me han recordado a los diálogos entre sillas de ruedas.
No hay conversaciones mejores que aquellas que no tienen sentido pero guardan la verdad de la naturaleza.
Besos de golondrina.
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