lunes, 14 de noviembre de 2011

Rue de la Roquette

El chino cantonés y la francesa tienen una hija en común con marcados rasgos asiáticos, aunque él dice que en su cara se advierte la ascendencia occidental de su madre. Ella se crispa y lo niega. “Todo el mundo daría por sentado que es oriental”, dice. Él responde en un tono más calmado e insiste en que salta a la vista que no es totalmente oriental. Ella eleva la voz, se exaspera y repite que no es verdad. Parece que le culpe por ello, como si le hubiera robado las facciones europeas a su hija. Solo le falta llamarlo ladrón, ladrón de rostros. Clava la mirada en sus ojos orientales. A pesar de que se escondan detrás de unas gafas redondas, siguen siendo estirados.

Hace unos meses nació su nieta, que tiene los ojos de su abuelo, ojos de chino con los que la progenie de ella ha sido condenada a mirar. Lo peor es que sabe que sus ojos azules son débiles, que se tienen que apoyar en unas gafas oscuras en los días soleados, que a veces desenfocan cuando hay mucha luz. Lo peor es que sabe que tenía que ser así. Por eso el ladrón no se inmuta, se trata de un robo consentido.

1 comentario:

Mario Pina dijo...

Ya no me acordaba de leerte a las 2 de la mañana.