miércoles, 4 de marzo de 2009

La tienda de dulces

Mira tú cómo nos gusta complicarlo todo. Una vez me contaron que una ancianita bordeaba todo el barrio para llegar hasta su casa porque decía que si escogía el camino más corto tenía que pasar por una pastelería y aquel escaparate siempre acababa tentándola para que rompiese su estricta dieta sin azúcar.

El rodeo que realizaba, a menudo incluso más de dos veces al día, terminó resintiendo sus rodillas. La abuelita tuvo que ayudarse de un bastón al cabo de poco tiempo. Unos golpes punzantes y afilados no tardaron mucho en atacarle los nervios de la pierna izquierda. Fue entonces cuando optó por recluirse en su casa y no dar más pasos que los que separaban la cama de la mecedora del salón.

El sedentarismo la desgastó por completo. En su nueva vida no experimentaba más emoción que la que puede haber en la de una ameba. Lo único que paliaba aquella agonía estática eran los pasteles de chocolate que su hija le compraba en la tienda de dulces de las esquina.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ay chamaquita mia espero que no te ocurra eso nunca :(
Si total la sacarosa luego se quema y no hace apenas mal.

Un besote obeso mórbido relleno de chocolate de esos que tanto nos gustan.



Con cariño,


Lau

Mario Pina dijo...

Trágico y brillante; pero no por ello menos absurdo. Me ha gustado mucho.