jueves, 12 de marzo de 2009

Patología

Conrad Desmond era feliz, y por ello se sentía más desgraciado que cuando no lo era. Se había recuperado de una terrible enfermedad. Meses antes cualquier especialista lo hubiera dejado por una causa perdida y cualquier diagnóstico, seguramente, hubiera concluido con la muerte. Sin embargo, ahora parecía sano. Se trataba de una salud tan plena que a Conrad Desmond le resultaba enfermiza. No soportaba aquel equilibrio. El orden externo constituía desorden en su interior y la estabilidad lo desestabilizaba. El gráfico que describía su curva emocional era una línea recta. Como poco se puede decir de una línea recta, ya no escribía. En su estado de locura la prosa desgarradora de Conrad Desmond había conmovido a muchos, pero ahora era plana como su estado anímico.

En un primer momento, todos sus allegados y familiares se alegraron al descubrir aquella milagrosa recuperación, pero tardaron poco en reprocharle la mediocridad en la que se había sumido. Nadie dudaba de su potencial y todos criticaban su manera de desperdiciarlo. Es por ello que tramó en secreto su maquiavélico plan; enfermaría de nuevo, sufriría y aprendería de sus desgracias. El orden se haría dentro del caos y alcanzaría una ligera alegría en la tristeza más absoluta. Dos años después, Conrad Desmond había publicado tres libros, dos de los cuales ya habían sido traducidos al inglés y al francés. La genialidad le consumía, su vida era tan gris como su escasa cabellera que envejecía por segundos. Se suicidó a los 47 años porque no quería morir viejo. Tras su muerte dejó diecisiete novelas, un ensayo filosófico y un sinfín de entrevistas para periódicos, revistas y demás medios de comunicación que veían en Conrad Desmond el prototipo perfecto del artista romántico, ideal para generar polémica que sirva en las tertulias televisivas y en un publico que no sabe lo que quiere. Por aquel entonces, pocos había que lo entendiesen, la mayoría desaprobaba su excéntrico comportamiento. Pero todo el mundo hablaba de él, sus obras cautivaron a mucha gente y no habría sido así si Conrad Desmond hubiera vivido cuerdo.

1 comentario:

Mario Pina dijo...

Tengo que investigar sobre ese tal Conrad Desmond... me parece que no es la primera vez que lo veo.

Yo, al menos hoy en día, he descubierto que cuando más (y seguramente mejor) escribo es cuando estoy bien. Aunque desgraciadamente suele siempre atenazarme esa quietud lineal y aburrida, esa rutina, ese "no me puedo quejar", que me aboca al desequilibrio voluntario.

Soy raro, y si no lo fuera, qué desesperadamente feliz sería.

Un abrazo, rara.