viernes, 4 de septiembre de 2009

Oquedad

Vacío, todo era eso. Vacío como el lado izquierdo de su cama, vacío como su estómago, como su corazón desgastado, como su cabeza parca de ideas, como su vida. Se sentía tan vacío que a menudo se creía lleno, lleno de tanto vacío, harto de la vacuidad. La plenitud le rodeaba dejando un inmenso hueco que parecía imposible cubrir, y en el centro de esa abundancia estaba él mismo, excavando un agujero que simbolizaba la exigüidad, su escasez. En realidad no estaba mal del todo, pero sabía que podía estar mejor y eso le atribulaba aún más, lo vaciaba por completo bloqueando sus sentidos. Ya apenas hablaba, porque no sabía muy bien qué decir y callaba como sólo los cobardes saben hacerlo.

- Sí, últimamente yo también me siento un poco así – le dije, aunque puede que fuese por cortesía, o eso quería pensar

- Ya me lo imaginaba, porque al encontrarte el mundo me ha parecido un poco menos frívolo.

En ese momento a mí también me lo pareció, pero no se lo dije por si se trataba de uno de esos deseos que es mejor guardar para uno mismo si quieres que se cumplan. Mas en el fondo también callé como sólo los cobardes saben hacerlo.

1 comentario:

Mario Pina dijo...

Vacío es como me siento estos días, terriblemente vacío y pensando en largarme a cualquier lado, pensándolo de veras y temiéndome mucho.

Un abrazo.