lunes, 13 de abril de 2009

Sellos de tinta invisible

No sé por qué, pero a veces prefiero escribir a mano que teclear las palabras frente a un ordenador. Ahora mismo eso es lo que hago, aunque tarde o temprano acabaré trasladando estas letras al mundo virtual. He estado olisqueando viejas carpetas. Sólo he encontrado recuerdos olvidados, relegados a la decrepitud. Uno de ellos es la hoja sobre la que escribo, hay un pliegue en la esquina izquierda y huele a consulta psiquiátrica, un hedor a rancio no del todo desagradable. La hoja en sí no significa nada, estaba vacía, sin ninguna mancha de tinta. Sin embargo, se encontraba justo al lado de otras que sí habían sido escritas. La mayoría eran apuntes sin importancia, algunos de ellos habían salido del puño y la letra de personas de las que ya no me acordaba, ni siquiera sabía de la existencia de las susodichas notas. Pero lo que más me ha llamado la atención han sido las cartas, cartas escritas por mí a un destinatario que nunca respondió. Se trataba de una época en la que jugaba a ser cartera redactaba la epístola y la entregaba en persona a ese receptor taciturno. Al releerlas me han parecido pretenciosas e insulsas, como un caldo de pollo al que alguien se empeñase en ponerle un nombre francés para que sonase a cocina creativa. Por aquel entonces jugaba también a ser filósofa y en algunos ratos libres me hacía pasar por psicóloga. Mis cartas eran, pues, el resultado de una mezcla de vida contemplativa barata y fanfarronería conductista.

Aunque haya enviado muchas, siempre me he considerado una mala escritora de cartas, o una mala escritora a secas. De todas formas, yo seguía haciendo mis reflexiones y continuaba con mi juego de cartera. Conservaba la ingenua esperanza de leer una contestación que me inquietara y me hiciera poner algo sobre el papel que no careciera de sentido. Con el tiempo me di cuenta de que había muy pocas posibilidades de que ese alguien respondiera a mis plegarias. Me llegué a decir a mi misma que si algún día recibía ese maldito sobre no volvería a escribir para vengarme y causarle al inoportuno emisor la misma ansiedad que experimenté en ese ínterin.

Ahora sé que no las leía, o al menos, no en serio. Por eso dejé de escribirle y comencé un nuevo cuaderno de apuntes que bauticé como Fotogramas psicosomáticos, dejando que el destinatario se eligiese a si mismo como tal y convirtiéndome en una especie de sobre sin remitente en esta comunicación azarosa.

1 comentario:

Mario Pina dijo...

Vaya, me cargas de responsabilidad al saberme uno de tus autoproclamados destinatarios...

Creo que has definido en esencia, esto de los blogs. Cartas abiertas a quien las quiera leer. Destinatario: el mundo; remitente: alguien.

Y no te preocupes, si con 10 años no somos pretenciosos, ¿cuándo lo vamos a ser? Luego siempre es demasiado tarde como para creernos los mejores. Tendrías que haber leído algunas de mis poesías de amor... en fin.

¡Un abrazo pretencioso cual caldo de pollo a la orange!