lunes, 27 de abril de 2009

Una calada de palabras

De entre todos me eligió porque hablaba claro, y yo, de entre todas, la escogí porque no alcanzaba a comprender ni una sola palabra que escupía por la boca. Era menuda y tenía aspecto de extranjera, como si proviniera de otro mundo. Su cabeza estaba llena de ideas geniales. Eran tantas, que luego, al intentar contarlas se tropezaban unas con otras y el resultado constituía un discurso ininteligible. Todo lo decía muy rápido y a trompicones, como si las palabras se empujaran entre ellas para salir. Nadie la entendía, ni siquiera yo. Pero con el tiempo aprendí a descodificar su lenguaje. El esfuerzo mereció la pena. Lo que escuché resultó ser absolutamente maravilloso. Una vez que lograbas pasar esa censura fónica, el mensaje era sublime. En más de una ocasión pensé en grabar alguna de nuestras conversaciones para analizarlas detalladamente más tarde, pensaba que no estaba sacando el máximo partido a sus palabras. Fumaba a todas horas. Era lo único que parecía hacer despacio, con calma. Sostenía el cigarrillo entre sus dedos con una elegancia exquisita. Supongo que por eso los sonidos que emitía al hablar sabían a humo. Sus palabras llegaban ambiguas, yo las descifraba (o eso creía) y enseguida expiraban como el humo del cigarrillo. Por ello nunca pude grabar ninguna de nuestras conversaciones. La vez que lo intenté, cuando el aparato se disponía a reproducir el archivo, salió por entre los resquicios del altavoz un montón de ceniza.

Un día le pregunté por qué fumaba y ella me contestó que lo hacía por la misma razón por la que hablaba, porque si no, la nube de humo que llevaba en su interior se acumularía, padecería retención de líquidos, engordaría y al explotar inundaría el planeta.

3 comentarios:

Mariana Castrogiovanni dijo...

Hola Alba, paso a saludarte y decirte que disfruto mucho con tus escritos
Un beso

Mario Pina dijo...

Yo soy un poco... no malhablado, sino malhablador. Cuando trato de expresar algo con vehemencia lo hago a trompicones, las ideas chocan unas con las otras y mis manos tratan de gestualizar lo inexpresable. Si finalmente lo consigo, me alivio sobremanera, si no, trato verborreicamente de rectificarme y el resultado acaba siendo trágico y patético a partes iguales. Eso sí, no fumo, pero ebrio hablo demasiado.

Anónimo dijo...

Para intrigar, basta con la forma. Para cautivar, es necesario el contenido.

De ahí la brecha entre buenos y malos escritores, poetas, cantantes, pintores et cetera.

Un saludo.